De continuar publicándose él otrora popular periódico 'El Caso' –todo un clásico de un particular género dedicado a sucesos truculentos, sangrientos y macabros– ahora gozaría sin duda de considerable aceptación popular. En la ambiente flota la sensación de que estamos inmersos en una espiral creciente ... de episodios de violencia de todo tipo. Eso es al menos lo que se deduce de la reiterada sucesión de noticias acerca de hechos virulentos, con episódicos desenlaces de extrema brutalidad. Asistimos, con evidente espíritu conturbado, a una inflación de informaciones, en cualquier medio, dedicadas con profusión a desgranar detalles acerca de sucesos espeluznantes. Conocido es que, desde siempre las referencias terribles, con cierta patina morbosa, son las que suelen atrapar la atención, pero lo de ahora es una dosis excesiva. Sin conceder un momento de respiro para digerir revelaciones en progresiva escalada sobre las que, una vez superada la conmoción inicial, nos sumen de nuevo en el pozo oscuro de otra nueva fechoría, si cabe de mayor enjundia. Sin que desafortunadamente se atisbe un final feliz por el momento.
Publicidad
Quizás se trate de una opinión personal y esta percepción sea una apreciación sesgada, pero algo hay de realidad cuando es coincidente con una mayoría con la que nos solemos relacionar. No es posible ocultar sin embargo la retahíla de situaciones desagradables, a la que nos vamos por desgracia acostumbrando, con una sucesión de sobresaltos casi cotidianos. Se argumentará que los episodios de brutalidad generados por las más diversas causas han estado siempre presentes a lo largo de la historia de la humanidad, pero la evolución de la civilización tal vez debería haber contribuido a mitigarlos, si no a erradicarlos en una clara utopía de progreso espiritual. Pero no parece que anden por ahí los caminos errados actuales.
Las razones para esta deriva son, al decir de no pocos expertos, muchas y variadas, derivadas tanto de las tensiones sociales como de los evidentes defectos educativos en el sentido de primar el respeto hacia el prójimo. Ahora, en apretado resumen, quizás achacables en parte a la conmoción social provocada por la pandemia, con sus secuelas sociales y económicas. A los que sumar la pérdida de valores evidente, en una época de cambios acelerados, cuando en medios de diversión se enaltece la violencia gratuita. No es en modo alguno casual que gocen de aceptación notable las ficciones en las que las tramas macabras pugnan por ver quién alcanza el culmen del terror. Sucede en buena parte de las series de entretenimiento de televisión y películas, o novelas de suspense –ojo a los autores nórdicos– de una crueldad propia de mentes enfermizas, tan alejada de los argumentos de finura intelectual e ingenio de otras épocas.
Un reflejo con el reiterado e interminable goteo de asesinatos de mujeres perpetrados por despechadas parejas. O con los ajustes de cuentas entre bandas rivales por florecientes negocios con drogas, sumadas a los robos en domicilios o propiedades varias. Singular es la modalidad en auge, consecuencia indirecta de la pandemia, de faltas de respeto cívico y transgresiones de las recomendaciones sanitarias para evitar los contagios. Con una de actualidad como son las actitudes de intimidación, seguidas de agresiones físicas, por reconvenir –con razones de peso sobradas y de manera educada– acerca de la necesidad de usar la mascarilla de protección en lugares cerrados. Zonas de esparcimiento donde hay contactos personales estrechos o en transportes públicos. Es esta, como es obvio una vez más recalcar, una medida de obligado cumplimiento. En cuyo caso, si al menos no se atienden las indicaciones, los argumentos deberían quedar restringidos a un simple episodio de mala educación, sin traspasar los límites, con una inadmisible y contraproducente agresividad. Capítulo aparte es la absurda moda de grabar y difundir presuntas hazañas ilícitas a través de las redes sociales.
Publicidad
Las razones que mueven a que recurrir a la fuerza en lugar de atender al rasgo que define a los humanos, la palabra, por medio del dialogo sensato y racional, evidencian un clamoroso déficit de educación. Procede formular deseos cargados de buenas intenciones, abogando por establecer medidas correctoras. Lo hacemos constar. Bien cierto es que no hay varitas mágicas, relegadas al olvido las reconvenciones y el ejemplo de las personas mayores, con el marchamo de autoridad que en otros tiempos estaban revestidos, como asimismo el de figuras modélicas sociales. Cabe perseverar, a fuer de ser reiterativos, en confiar que prevalezcan prudencia y moderación en las relaciones humanas. Con especial respeto, obvio es, al bien supremo de la vida humana. Sin descartar ineludibles medidas de autoridad, necesarias para no enquistar situaciones que requieren soluciones eficaces y rápidas. Pero así están las cosas, con una cierta mirada pesimista.
Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.