Con esta columna, habrá quien piense que soy un carcamal elitista. Pero, oigan, si algún improbable lector se da por aludido y aprende a morderse ... la lengua antes de tutear, habrá merecido la pena. Y, además, también me sirve de cierto desahogo en medio del chabacano ambiente veraniego.

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Los idiomas sirven para que las personas nos comuniquemos de la manera más adecuada posible. La riqueza del español, forjada durante siglos por usos y mestizajes, es incalculable. Más allá de los aspectos comunicativos, es un placer escuchar hablar en este idioma limpio y bello. Por supuesto, también puede ser brusco y agresivo dependiendo de quien lo habla. Y es, quizás, la forma en la que nos dirigimos a los demás de lo más importante, pues predispone de entrada para bien, o para mal. Estoy seguro de que a todos ustedes les ha sucedido, independientemente de su edad y condición, que, en algún establecimiento, sea restaurante, tienda o de cualquier otra índole, les han recibido con un «¿Qué quieres?», o incluso con un «Hola chicos, ¿qué vais a tomar?». Que el dependiente, o camarero, se dirija así a unos clientes cuya edad quizás sume entre todos varios siglos, suena tan agresivo como impropio. Cuando esto me sucede, hago de tripas corazón e intento no volver más al local, pero obviamente esto no es siempre posible. Para más inri, lo normal es que este tipo de inicios sean el prolegómeno de un mal servicio, pero en esto no está claro si es primero el huevo o la gallina.

Lo cierto es que el uso del tuteo se ha extendido como una mancha de aceite en España. He visto en directo que traten de tú al médico, al guardia, al profesor e incluso al juez. Y mi pensamiento, después de la aprensión y cierta vergüenza ajena, siempre ha sido lamentar que al tuteador nadie le haya dicho nunca cómo hablar y comportarse.

En pocas generaciones, hemos pasado del uso casi exclusivo del usted a abandonarlo. Mis padres trataron toda su vida de usted a mis abuelos, pero yo siempre los tuteé a ellos. Y claro, no puedo imaginar a mis hijos no tuteándome. Este proceso, si está limitado al entorno familiar, me parece positivo, favoreciendo la cercanía. Pero en el ámbito público, no es un comportamiento correcto tutear a una persona que no se conoce o con la que no se tiene familiaridad. Los tratamientos son una manera de mostrar consideración por los demás. La edad, y la subordinación, siempre han sido las excusas para saltarse esta norma y parece aceptado que los mayores tuteen a los jóvenes y los jefes a los empleados. Entiendo lo primero, pero no lo segundo sin reciprocidad.

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Se tiene la idea de que usar el tuteo hace parecer más moderno, abierto o amigable. Lo cierto es que es una considerable falta de educación y de respeto hacia la otra persona. A priori, no podemos saber cuál será la preferencia de trato de alguien que no se conoce, así que, ante la duda, lo adecuado es usar el usted. Una norma básica de buena educación es evitar el tuteo tanto en las relaciones laborales como en las sociales, salvo que se indique lo contrario al inicio o durante la conversación.

Por supuesto, aquí estamos hablando de educación. O, justamente, de su falta. ¿Quién enseña a los jóvenes estas simples normas? Si las familias no lo hacen y los canales de entretenimiento no las usan, la escuela será el último reducto. ¿Pero ha renunciado la escuela a hacerlo? ¿Es más importante el lenguaje llamado inclusivo que el del respeto? Se puede imaginar fácilmente que en el mismo paquete se encuentran el uso exclusivo del tú y las faltas de ortografía. Como otras veces he mencionado en esta columna, la falta de educación siempre perjudicará más a quienes más necesitados están de ella. ¿Quién contratará a alguien que empieza tuteando al entrevistador? ¿O a quién ha confundido la be y uve en su currículo?

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Les confieso que me siento mucho más incómodo cuando oigo que hablan de tú a otros que cuando es a mí. Hace algún tiempo, en unas conferencias impartidas a un grupo de personas mayores, estuve muy incómodo durante toda la charla anterior a la mía, en la que un relativamente joven conferenciante tuteaba y trataba como adolescentes a la audiencia en la que nadie cumpliría los 75. Cuando me tocó hablar a mí, me di el gusto de tratarles con la distancia y respeto que merecían, oyéndome resonar en la sala sonoros «ustedes».

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