Que te atropellen es bastante ridículo. El coche te golpea fuerte y caes al suelo sin dolor, sin ruido, retorcido, impropio e incapaz de levantarte. ... Tras ese primer momento, la impotencia para incorporar por mí mismo el cuerpo herido va a definir y determinar mi vida en los siguientes meses. La cama es normalmente un objeto de deseo. Pero esa camita caliente y reparadora es una cárcel para miles de personas cada día. Por ejemplo, entre la población mayor que vive en las residencias de la Región de Murcia más del 5% está encamada; y hasta un 24% vive entre la cama y el patio de recreo de la cárcel que es el sillón.
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No estamos diseñados para estar tumbados sino de pie. Por eso, tras pocos días en una cama, el cuerpo comienza a deteriorarse. El desacondicionamiento del sistema cardiovascular ocurre rápido: en las 24-48 horas iniciales se produce una elevada diuresis que, sumado a la retención de sangre venosa en las piernas, reduce un 20% el volumen sanguíneo. Esto incrementa el riesgo de trombos, disminuye la capacidad de bombeo del corazón, produce una molesta y persistente taquicardia y el temible ortostatismo o mareo al intentar levantarnos.
El reposo prolongado en cama atrofia en poco tiempo los músculos antigravitatorios necesarios para estar de pie. Músculos del cuello, espalda, abdomen, glúteos o piernas se pierden en un terrorífico 2% por día encamado. En 10 días hasta Arnold Schwarzenegger parecerá una piltrafilla. El cartílago se deshidrata y osifica generando dolorosas contracturas articulares. En tan solo tres horas de presión continua la piel empieza a sufrir de falta de circulación que origina deterioro tisular y riesgo de úlceras por presión; en mi caso, en cinco días tenía una bajo el glúteo izquierdo. Los huesos también se descalcifican rápido incrementando el riesgo de fractura con mínimos traumatismos cuando se reinicia la actividad.
El pulmón pierde capacidad respiratoria por compromiso de la musculatura intercostal e hipomovilidad en articulaciones costoesternales, lo que lleva a un alto riesgo de padecer atelectasias o pequeños colapsos del tejido pulmonar –predisponen a las infecciones– tras menos de 48 horas de encamamiento. Yo en tres días no era capaz de respirar profundamente o producir una tos efectiva. Y por supuesto, el estreñimiento. Gran parte de la motilidad intestinal es favorecida por la gravedad al estar de pie. La posición tumbada inutiliza ese mecanismo, lo que, unido al efecto del dolor y de algunos analgésicos, acaba siendo un suplicio, cuando no puedes moverte, que invita a comer lo menos posible empeorando la situación catabólica.
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La cama ha sido el aliando natural de la medicina durante siglos; hoy, debido a la prevalencia de las enfermedades crónicas y la elevada expectativa de vida, es uno de sus principales enemigos. Mi atropello me ha permitido experimentar un encamamiento prolongado y no he hecho sino vivenciar el sufrimiento al que están condenados miles de personas mayores, casi siempre, al contrario que en mi caso, sin esperanza. Es fundamental que las personas mayores no se encamen. Incluso cuando están enfermas, uno de los objetivos más importantes de los cuidados es levantarlas lo antes posible. Como vemos, una vez comienza el proceso, todo el cuerpo parece tirar la toalla para reforzar con su reacción esa inmovilidad.
Pero ¿se puede hacer algo para evitar los efectos del encamamiento prolongado? Desde luego. Lo primero, intentar, como hemos dicho, no encamarse. Pero si el encamamiento es inevitable, hay que procurar reducir su daño mediante cambios posturales, masajes o la movilización pasiva de las extremidades. Cuidados continuos. No hay pastillas o tecnologías capaces de prevenir el encamamiento o su daño. Solo las personas pueden hacerlo.
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Durante mi hospitalización, tras la operación quirúrgica que convirtió mi pelvis en una madeja de hierros y tornillos, me levantaban dos veces al día. Un celador, dos TCAE, algún familiar y enfermera se las veían y deseaban para poder movilizarme sin dolor. En los modernos hospitales tenemos mucha tecnología, pero pocas personas que colaboren en los cuidados de los encamados; pasa igual en las residencias y en los domicilios. Estos cuidados, cuando existen, son poco frecuentes porque, aunque las consecuencias son terribles, no hay dotación de personal suficiente para garantizar buenos resultados. En un estudio realizado con personas mayores hospitalizadas se calculó una devastadora media de 20 horas de cama durante su ingreso.
Nuestro sofisticado sistema sanitario no está diseñado para la prevención y atención del encamamiento porque sigue privilegiando la tecnología sobre los cuidados. Nunca falta dinero para el último medicamento, pero sí para aumentar la plantilla de profesionales del cuidado como son las TCAE, enfermeras, celadores y fisioterapeutas. Esta ceguera está condenando a muchos de nuestros mayores a encamamientos potencialmente evitables y dolorosos. Priorizar reducir el daño de la cama es un cambio revolucionario y obligatorio para nuestro sistema sociosanitario.
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