Los manuales de introducción al patrimonio cultural suelen definirlo como el conjunto de saberes que se transmite entre generaciones para referir un pasado y comprender el presente. No olvidan señalar su tarea inestimable de darnos identidad y garantizar cohesión de grupo. Una vez ofrecidas estas ... piezas básicas para iniciarnos en su composición, suelen organizar los capítulos del libro por cajones estanco donde clasificar elementos patrimoniales de manera hermética: fiestas, gastronomía, tradición oral y museos. En algunas ocasiones, hacen referencia a la idea de construcción social del patrimonio: el patrimonio no existe en la naturaleza, y se da por una hegemonía social y cultural en un lugar y tiempo determinados. Menos veces se habla de cómo se gestiona el patrimonio.

Publicidad

No seamos ingenuos: del mismo modo que la noticia no existe hasta que la encuentra el periodista, el patrimonio cultural es la consecuencia de la labor de aquellas personas que lo gestionan. Como dice Manuel Delgado, el patrimonio no está ahí antes de la gestión, sino que la gestión produce el patrimonio. Hay quienes deciden qué es patrimonio cultural y qué no es; para qué sirve el patrimonio y en qué espacios tiene representación. La ciudanía no suele participar en el debate sobre qué elementos patrimoniales son de interés. La Administración encarga a expertos/as la elaboración de paquetes puntuales que se refieran al patrimonio pero que suelen ser recurrencia, moda o lazo para adornar otros ámbitos. Mientras eso ocurre, nos entretenemos (nos entretienen) con manifestaciones folklóricas puntuales de corto recorrido, simulaciones de escenarios de antaño donde la gastronomía y la música siempre garantizan el consenso.

El patrimonio cultural no puede conformarse con ser algo accesorio, no debe limitarse a ser valor añadido para la promoción turística de un territorio, por ejemplo; no debería utilizarse con intención efectista y caduca para la promoción de jornadas gastronómicas, otro ejemplo; resulta tedioso recurrir a su denominación para describir una vez más los materiales de una arquitectura tradicional de campo o huerta sin que se propicie la conformación de un paisaje cultural de campo o huerta. El patrimonio cultural no puede limitarse a ser adjetivo para que otros ámbitos encuentren mayor alcance en sus intenciones. Tampoco debe conformarse con las migajas de algunas jornadas cada tanto donde se describan con nostalgia herramientas, vestimenta, recetas y calendario agrícola. Quedarnos en esa antesala nos lleva al letargo de la nostalgia sin recorrido, apegados a la genealogía como única justificación para vincular pasado y presente en una denominación insuficiente de patrimonio cultural.

¿Cómo debe entenderse entonces el patrimonio cultural en el siglo XXI (en Murcia)? Esta pregunta, que merece una respuesta a varias voces, me permite especular sobre la existencia de, al menos, dos formas de 'hacer' patrimonio cultural. En primer lugar, habrá un patrimonio al que recurrimos para encontrarnos con los afectos: la cocina de mis abuelos, las músicas de mi pueblo, los desfiles vinculados a celebraciones religiosas, también de mi pueblo. Los 'folklores actuales' (lo entrecomillo todo por cautela), ya desprovistos de intención política o de interés por el cambio social, reproducen ad infinitum estos escenarios amables (de fácil encargo a los/as expertos/as por la Administración). Cada año, dentro de la misma semana, en el mismo día, la misma práctica en un eterno retorno que pone fácil a los gobiernos regionales la decisión de dónde aplicar su partida.

Publicidad

En segundo lugar, más allá de estas representaciones (más psicológicas que sociales) debe haber otro patrimonio (o patrimonios) que actúe como 'disciplina mayor', sin complejos, con capacidad de análisis y dispuesto a intervenir en los asuntos de interés contemporáneos. Hay propuestas teóricas y algunas aplicadas que demuestran las posibilidades del uso del patrimonio cultural como vehículo para experiencias educativas, de integración social o de desarrollo comunitario. Si nos quedamos solo en el plano descriptivo, nos limitaremos a vincular el pasado con el presente a través de manifestaciones efervescentes de celebraciones de una cultura popular con pretensiones de patrimonio cultural.

Por lo tanto, las tradiciones deberían superar los ámbitos privados que conservan su práctica (un niño de 5 años conoce Halloween pero no sabe qué son los auroros, a no ser que lo encuentre en el contexto familiar), y así trascender la práctica puntual con carácter de aniversario. Deberían llegar a los colegios, institutos, a las ciudades. Además, se debería debatir, cuestionar y actualizar lo que consideramos patrimonio y su forma de gestión como un ejercicio sano de 'presentismo', como nueva forma de relación social con el tiempo. Obligarnos a romper la inercia diacrónica, y así partir de la ruptura como propuesta metodológica para encontrar aplicaciones prácticas. Se trata de atender a los actores y a sus representaciones en el tiempo actual, y de ahí determinar que son múltiples y multidimensionales los elementos patrimoniales; que son estéticas y artefactos políticos; que también señalan el conflicto; que se puede vincular con el desarrollo social, el territorio y el urbanismo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€

Publicidad