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Hay un momento verdaderamente angustioso en la conversación con una chica. Cuando ella te dice, poniendo cara, encima, de tener interés real, adelantándose un poco y apoyada en el dorso de su mano: «pero cuéntame cosas sobre ti». En ese momento espantoso miramos a un lado y a otro: ¿no habrá más gente para sustituirnos y que se beba los cócteles programados para esa noche, mientras nosotros nos vamos a dormir? Es el equivalente al «dime cosicas» que escuchamos durante una llamada telefónica con un simpático profesional (nunca he sabido qué «cosicas» pueden ser esas, seguramente estupideces). En mi caso cuando piden que cuente quién soy el bloqueo es instantáneo, el enmudecimiento, irrecuperable; no hay nada que pueda arreglar el curso de los acontecimientos, y lo único que cabe hacer ya es levantarse a media cena y tirar unos billetes arrugados sobre la mesa, mientras se pide un taxi. En un hombre no hay que romper nunca el misterio. Por ejemplo, el cantante y actor Dean Martin: nadie supo nunca quién era. Las palabras más bonitas de la creación son «en realidad no sé nada sobre ti».

Lo que puede contar un caballero cuando le obligan a ello es nada de nada, exactamente igual que bajo tortura. Lo que no se descubre sobre la otra persona por uno mismo, con ciertas dotes de observación, no merece la pena saberlo. He crecido en una cultura un tanto siciliana donde la delación está mal vista, y ahí se incluye la delación sobre uno mismo. Si la Historia de las desgracias humanas nos ha enseñado algo es que cuanta menos información se dé, tanto mejor, porque esa información será siempre utilizada en nuestra contra. «Cuéntame cosas sobre ti». ¿A dónde iremos a parar? ¿Puede haber algo peor que un parlanchín que no se calla sobre sí mismo ni debajo del agua? Una ocasión inestimable para responder que un hombre chapado a la antigua no solo no baila, sino que tampoco habla demasiado. Demasiado es todo aquello que no puede transmitirse mediante mímica. La gente de antes, al llegar a anciana, dejaba de hablar en absoluto porque estimaban que hacía cuarenta años que lo tenía todo hablado.

Soy partidario de la comunicación en una pareja o un 'flirt', a condición de que esa comunicación se centre en el presente, sin revelar quiénes hemos sido hasta ese momento (algo sistemáticamente desmoralizador, a poco que se haya vivido) ni mostrar los muñones del pasado. Hay una edad ya en que remontarse hacia nuestro interior es sólo un doloroso recuento de bajas. Haber sobrevivido es haber fracasado incansablemente y haber asistido al fallecimiento de las personas que éramos y que ya no somos. Y las chicas, con su curiosidad de gato, pretenden que les contemos, con lo poco sexy que hace y lo caro que tarde o temprano nos va a costar contárselo.

La noche que nos animemos a hablar nos va a costar tan cara socialmente, cuando todas esas intimidades se extiendan, que desearemos que Dios nos hubiese privado de lengua.

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