Cruz Roja Internacional, si no existiera habría que crearla
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Cómo la idea que surge en el cerebro de un solo hombre puede cambiar la vida de millones de personasPRIMUM NON N0CERE ·
Cómo la idea que surge en el cerebro de un solo hombre puede cambiar la vida de millones de personasA finales de los años 70, siendo una joven estudiante de BUP, nos inscribieron en el curso de primeros auxilios que impartía Cruz Roja Española, ... de la que mi madre era firme entusiasta. Fue una experiencia de las que marcan para toda la vida por la profesionalidad de los instructores, todos ellos voluntarios de Cruz Roja de La Rioja. Además de las clases teóricas y prácticas (con muñecos de goma muy realistas, de tamaño natural), nos contaron la historia de su fundador, Jean-Henri Dunant.
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Casi veinte años después, corría el verano de 1996, recordé la vida y emociones de Dunant, pero entonces en el edificio central de Cruz Roja en Ginebra, cerca del Palacio de las Naciones Unidas. Intenté imaginar al artífice de Cruz Roja en la Europa convulsa de mitad del siglo XIX. De cómo la idea que surge en el cerebro de un solo hombre puede cambiar la vida de millones de personas. Intenté imaginar la metamorfosis que debió obrarse en su interior tras observar de cerca el sufrimiento humano; cómo esa lección de vida inesperada le condujo a crear un 'ejército' de voluntarios que ayudara a todo herido de guerra sin tener en cuenta su procedencia, su nacionalidad, sus creencias o a que bando perteneciera.
El 8 de mayo de hace 193 años vino al mundo en Ginebra el filántropo Jean-Henri Dunant. Nació en el seno de una familia acomodada y culta que protegía los derechos sociales de las personas (presos, enfermos, huérfanos y pobres) y recibió una educación religiosa basada en la caridad y en la fraternidad.
El 24 de junio de 1859, un joven Dunant de 31 años, vio, olió y sintió el sufrimiento de casi 40.000 soldados que agonizaban en la desolación del campo de batalla en Solferino. Empatizó con ellos, se emocionó con su desesperación y, de forma pro-activa y eficiente, organizó y movilizó a la población civil de los pueblos vecinos para prestar ayuda a los heridos, pagándolo de su bolsillo. El eslogan que repetían era: «'Tutti fratelli'» (todos hermanos), ya que entre la multitud agonizante había soldados franceses, italianos y austriacos, es decir, compatriotas y 'enemigos'.
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Como consecuencia de esa terrible vivencia, además de diseñar un maletín de primeros auxilios, decidió crear un Comité que tuviera continuidad. La primera reunión fue el 18 de febrero de 1863. Al año siguiente se firmó la primera Convención de Ginebra y se acuñó el símbolo del nuevo movimiento. Un símbolo sencillo y universal que reflejara que los servicios sanitarios deben ser neutrales. Decidieron invertir los colores de la bandera suiza, quedando una cruz roja sobre un fondo blanco (color que identificaba la neutralidad y la buena fe). Ese movimiento humanitario se diseminó por todos los países y, solicitado por países musulmanes, se le añadió la Media Luna Roja. No obstante, en el siglo XX, también se adoptó el cristal rojo para aquellos que no se identificaran ni con la cruz ni con la media luna. El espíritu de todos es el mismo y universal: aliviar el sufrimiento sin preguntar quién es la persona afligida, ayudarle por el mero hecho de ser un ser humano.
En el siglo XXI, tenemos catástrofes y otras guerras, principalmente económicas; y la pobreza obliga a mendigar y a emigrar. Pero Cruz Roja no solo trabaja en emergencias sanitarias, terrestres o marítimas, sino que en su día a día organiza sus limitados fondos y a sus voluntarios para hacer más saludable la vida de tantísimas personas, sobre todo de aquellas que están en riesgo de exclusión; por ejemplo, sus programas para combatir la soledad de las personas mayores o para sacar del vacío a jóvenes y a niños y niñas en dificultades.
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Apoyar a Cruz Roja merece la pena. Y si no se es voluntario, se puede ayudar en el 'sorteo de oro de la lotería', ya que como dicen en su campaña: «Contigo es posible cambiar miles de vidas». Y merece la pena colaborar con ellos porque con Cruz Roja se tiene la seguridad de que las acciones se llevarán a cabo y de la mejor manera. Sus voluntarios son vocacionales, con gran sentido del deber, de las cosas bien hechas, de disfrutar cuando se alivia la vida de los demás, aunque la mayor parte de las veces pueda ser la primera vez que los vean. Como Henri Dunant, sienten la responsabilidad por el prójimo, sin preguntarse dónde haya nacido, ni de que cultura provenga, ni que estudios tenga o a qué estrato social pertenezca.
Y es que, si la Cruz Roja no existiera, habría que crearla.
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