¿Crisis de la globalización?
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La Unión Europea es, esencialmente, un espacio de consumo que ha desplazado las estructuras de producción fuera de su perímetroMAPAS SIN MUNDO ·
La Unión Europea es, esencialmente, un espacio de consumo que ha desplazado las estructuras de producción fuera de su perímetroA principios de la década de los 90 comenzó a popularizarse el término de 'globalización'. Por medio de él, se pretendía ilustrar un proceso de ... intensificación de relaciones sociales a lo largo del mundo por el que localidades distantes se vinculan en tal modo que los sucesos locales son figurados por eventos que suceden a miles de kilómetros. La fecha clave que inaugura este proceso globalizador es 1989. Como es sabido, en este año se produjo la caída del Muro de Berlín. El final de la barrera de piedra que dividía en dos a Alemania precipitó el desmoronamiento de la Unión Soviética y, con ello, el final de la división este/oeste sobre la que se había sustentado el orden internacional desde el término de la Segunda Guerra Mundial. En clarificadora descripción de Peter Osborne, el antiguo Occidente pasó a connotar el «Occidente sin límites». De repente, todo el mundo se convirtió en occidental y las actividades humanas pasaron a conformar –en palabras de J. Harris– un «sistema simple». Esta noción de «sistema simple» constituye una de las muchas formas de referirse a lo 'contemporáneo'. No en vano, la 'simplicidad' a la que se refiere Harris surge de un 'efecto de sincronización' de todas las temporalidades que, con anterioridad a la caída del Muro, mostraban cierta autonomía de funcionamiento.
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La cuestión, en este sentido, es si como consecuencia de la invasión de Ucrania por parte de Putin, así como del resultante aislamiento de Rusia del flujo de relaciones internacionales, podemos hablar de una crisis de la globalización y, por tanto, de una 'desincronización' de una parte no pequeña del planeta. La respuesta a esta interrogante requiere, previamente, precisar que, en realidad, no existe la globalización en singular, sino que resulta más pertinente hablar de 'globalizaciones': es posible referirse a una 'globalización económica', una 'globalización militar', una 'globalización sanitaria', una 'globalización medioambiental' o una 'globalización cultural'. Aquello que el genocida de Putin ha provocado a resultas de la invasión de Ucrania es la toma de conciencia, por parte de Europa, de la necesidad de adquirir una autosuficiencia energética y alimentaria. Europa, en efecto, es la principal víctima de la disociación que, durante el proceso globalizador, se ha producido entre lugar de producción y lugar de consumo. La Unión Europea es, esencialmente, un espacio de consumo que ha desplazado las estructuras de producción fuera de su perímetro. En Europa solo hay museos y catedrales, lo cual está genial para todos los amantes de la cultura, pero es un desastre en un periodo de crisis geopolítica como el presente. La exigencia de reintegrar en su tejido económico y social las cadenas de producción necesarias para independizarse energéticamente de Rusia supondrá, con total seguridad, el recorte del mundo occidental y, con ello, el surgimiento de temporalidades diferentes. Además, el 'efecto Rusia' provocará que otras regiones del mundo comiencen a observar la autosuficiencia como una inexorable vía de supervivencia para un planeta que comienza a perder la 'simplicidad' adquirida en 1989. El anuncio, por parte de McDonalds, de cerrar sus 800 establecimientos en Rusia es el gesto de mayor potencia simbólica contra la globalización que se haya producido durante las tres últimas décadas. Conocida es la célebre afirmación que Warhol realizó en los años 70: «Lo más bello de Tokio es McDonalds. Lo más bello de Estocolmo es McDonalds. Lo más bello de Florencia es McDonalds. En Pekín y en Moscú no hay belleza». Pues bien, desde el punto de vista del consumismo globalizador, en Moscú vuelve a no haber belleza. Por cuanto rematando esta primera línea de análisis se puede afirmar que la globalización ha entrado en un periodo de turbulencias que amenaza con acabar con el orden mundial erigido desde 1989.
Ahora bien, si existe un momento en el que la intensificación de las relaciones internacionales está radicalizando el efecto que sucesos acaecidos en un punto del planeta tiene sobre lugares situados a miles de kilómetros, este es el que estamos viviendo ahora. El imperialismo de Putin ha elevado el precio de la luz y del litro de gasoil a niveles de relato distópico. Los ganaderos amenazan con sacrificar a miles de animales por la falta de alimento para ellos. Ha desaparecido el aceite de girasol de las estanterías de los supermercados. Si es que es verdad que la globalización ha entrado en un proceso de desintegración, sus estertores están produciéndose, entonces, en la forma de una exageración de su lógica interna de funcionamiento. O, por el contrario, pudiera suceder que el aislamiento internacional de Rusia supusiera el estadio último y más feroz del efecto globalizador; un estadio en el que las 'relaciones de abastecimiento' mutaran en 'relaciones de carencia', de manera que fuera esta falta de suministro la que fortaleciera la intensa red de relaciones urdida durante los últimos treinta años. Sea como fuere –bien para desaparecer o bien para hiperdesarrollarse–, lo cierto es que el proceso globalizador se encuentra, en este momento, en un periodo de bruscas transformaciones. El mundo nacido en 1989 está en vías de desaparición y, con ello, la naturaleza y significado mismos de lo 'occidental'. El peligro es que todas aquellas posiciones extremas que se han declarado antiglobalizadoras y antieuropeístas comiencen a sentirse en casa en este contexto de crisis.
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