Un aspecto esencial de la crisis provocada por la pandemia es que nos ha hecho a todos ser más consciente de nuestra vulnerabilidad. Pero ninguna crisis nos hace mejores, simplemente exacerba nuestras tendencias individuales y sociales más profundas: el egoísta es más insolidario, y el ... responsable se implica más.
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Frente a la vulnerabilidad, los poderes públicos deben de adoptar políticas públicas de intervención social, económica, educativa e incluso cultural. Cuando hablamos de qué tipo de políticas públicas debemos implementar en tiempos de crisis, tenemos que ser muy cuidadosos, porque toda política pública supone –primero– una captación de ingresos, y –segundo– una distribución de los mismos a los colectivos en los que nos queremos enfocar.
¿Las políticas públicas respecto a la familia suponen pensar en nuevos impuestos, o implican dejar de atender a otras políticas sociales y económicas para atender a la promoción de la familia y, por ejemplo, la salud mental de nuestros jóvenes?, ¿una combinación de ambas? Sea lo que sea, toda política pública concreta la toma de decisiones en el espacio ciudadano. Diciéndolo de forma más concreta, ¿cuántas políticas públicas de protección de las familias, promoción de la salud mental de los jóvenes... cuántas se pueden financiar con 10 kilómetros de autovía, 20 kilómetros de AVE, o nuevos desarrollos urbanísticos que dejemos de construir? Porque si algo nos enseñaron nuestros padres es que 'el dinero no crece de los árboles'.
¿Y qué podemos hacer? Una propuesta sería atender a diversas acciones complementarias: si se aumenta el salario mínimo, si se incentivan políticas reales de conciliación e igualdad en las empresas (acompañado de una más eficaz Inspección de Trabajo), si se mejora la conectividad digital en el medio rural y se fomenta en ese medio la creación de miniempresas sostenibles, si se promueven empresas sociales dedicadas a la 'economía de los cuidados', y si conseguimos procurar seguridad en el futuro laboral y social a los jóvenes con planes que no cambien de la noche a la mañana porque alguien ha ganado unas elecciones, planes de salud mental para jóvenes... si hacemos todo esto, seguro que conseguiremos que más jóvenes quieran tener hijos.
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Un apunte importante: quizás no debemos de poner el énfasis en las clases medias a la hora de apoyar a las familias, puesto que hay muchas clases medias, y unas son «más medias que otras» (parafraseando 'Rebelión en la Granja' de Orwell: «Todos somos iguales, pero unos son más iguales que otros»). Nadie se cree que es de clase alta, y pocos aceptan que su clase es la baja. Si queremos apoyar a las familias, pongamos el acento en todos aquellos colectivos que ya eran vulnerables antes de la crisis y la pandemia, y ahora lo son más: jóvenes sin estudios (ni oficio ni beneficio), trabajadores precarios y eventuales del sector servicios y ocio, temporeros agrícolas, empleadas del hogar, mayores de 50 años que están a un paso de ser despedidos y cancelados (la cultura de la cancelación denunciada por el Papa Francisco les alcanza de pleno a ellos) ... Es decir, las políticas sociales y las de promoción y cuidado de la familia deben atender especialmente a aquellos que no tienen 'colchón' ni inmobiliario (sin casa propia), ni financiero (cuenta corriente al descubierto a final de mes), ni laboral (concatenación de contratos basura). La verdadera atención a la familia comienza por la atención a los más vulnerables.
Para terminar, más allá de las medidas, hay que atender al problema ético de nuestra sociedad y época. En todas las sociedades opulentas, capitalistas y tecnológicas, tener más hijos ya no es una necesidad económica, sino que se convierte en un problema personal. Si no tenemos tiempo para nada, tampoco tenemos tiempo para pensar más allá de un presente que siempre es presente: no tenemos tiempo para crear, criar y cuidar a los demás. Como dice el pensador Yaval Noah Harari (el autor del best-seller 'Homo Deus'): «El relato que generemos configura la sociedad que construimos». El relato que tenemos a nuestro alrededor es el de la prisa, la acumulación, el 'no tener tiempo' y el 'tener que aprovechar al máximo el tiempo'; en este relato, la pausa, el cuidado lento de los niños, la atención a los mayores, el apoyo a las personas con discapacidad... todo lo que constituye construir una sociedad humana viable y una familia sostenible, no tiene sentido, porque no tiene espacio ni tiempo. Por eso es importante pararnos y replantearnos lo que queremos y lo que necesitamos. Y para ello es esencial atender a medidas sociales o económicas que tengan claro qué tipo de sociedad queremos construir y legar a las nuevas generaciones.
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