Dolores Vázquez ha decidido hablar, veinte años después. Desvelar su dolor y la ignominia a la que fue sometida. Un escarnio público en el que participaron muchos sectores de la sociedad. Ciudadanía, medios de comunicación, pícaros con ansia de notoriedad, políticos, fuerzas de orden público ... y parte de la propia justicia. Un linchamiento público azuzado por quienes deben velar por el orden y fomentado por demasiados periodistas y opinadores. Quienes estuvimos presentes en las sesiones del juicio asistimos a una auténtica parodia de un proceso legal.

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Indicios dudosos tomados como pruebas fehacientes, testimonios llevados por la pasión o por el simple desconocimiento. Informes psicológicos dignos de un frenopático de la época victoriana, declaración de videntes, de testigos confusos. Y la sensación de que en aquella sala no se estaba juzgando un asesinato sino una especie de ruptura sentimental en la que Dolores Vázquez era 'la mala' y su antigua pareja, Alicia Hornos, la madre de Rocío Wanninkhof, la inocente pervertida por aquella especie de bruja sin sentimientos. La condición sexual sometida a juicio por parte de un jurado que, como la inmensa mayoría del público asistente y de la ciudadanía, estaba totalmente mediatizado por la presión ambiental. Una presión que no se basaba en los parámetros habituales de la justicia. No. Todo quedaba en manos de la intuición. De creencias. Lo que a unos y a otros les daba en el olfato. Porque esa mujer, Dolores Vázquez, parecía fría, no lloraba, no suplicaba. Se mantenía entera. Demasiado digna. Es decir, reunía las características de una asesina. La dignidad, la entereza y no buscar con el lloriqueo la compasión del jurado y de los medios. Solo quería la verdad. Y lo pagó.

A Dolores Vázquez la salvó, tristemente, el asesinato de Sonia Carabantes. La salvó relativamente. Su vida quedó truncada desde el momento en el que la Guardia Civil la señaló como autora del crimen. Un hecho para reflexionar más allá incluso del caso personal de Dolores. Algo deberían pensar esos miles de personas que en medio de un proceso legal se echan a la calle con una pancarta en la que dicen 'Yo te creo'. También quienes aporreaban el coche de la Policía que se llevaba a Dolores Vázquez y la llamaban asesina, 'creían'. Creían que era culpable, creían que estaban haciendo un bien social acosando al elemento podrido de la manada. Más allá de la repulsa que nos provoquen algunos sucesos –asesinatos, violaciones, pederastia– habría que entender que la justicia nunca puede moverse por creencias ni por intuiciones más o menos fiables. Sino por hechos y pruebas irrefutables.

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