Cuando me dieron la noticia de que tenía Covid, la voz titubeante procedente de un laboratorio parecía a punto de decir: «no lo ha conseguido». Se sorprendió de mi indiferencia. «No se preocupe», dije para calmarla. Tenía ante mí la posibilidad de la muerte y ... no parecía gran cosa. Era grupo de riesgo, por hipertensión y edad respetable. De alguna forma intuía que eso iba a ocurrir tal cual, cuando llegase: la indiferencia, la ninguna gesticulación. Hay pánico a la Covid no porque la gente tema morir, sino porque teme no ser inmortal. La gente lee poco a Marco Aurelio. «Un momento y habrás olvidado todo; un momento más y todos te habrán olvidado». Si trato de dejarlo por escrito tal vez haya un tercer momento, y por eso escribo. La gente más teme cuanto más cree tener. Y sienten que ese tener es para siempre. A muchos viejos la vida da una lección que debieran saber de niños.

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Solo me angustiaba la perspectiva de una cosa. El escándalo burocrático que se iba a desencadenar en torno a mi círculo. Me telefonó una chica simpática, 'rastreadora'. Enseguida me enlazó con el árbol adecuado. Pero para ello debía molestar a más gente. «Dígaselo usted», me dijo la simpática. Detesto hacer más difícil la vida a los cercanos. En último extremo, puedes conseguir que los echen del trabajo por no padecer de nada, pero haber coincidido contigo. Es una expectativa real: vivimos en no sé qué agenda del capitalismo 2030, esa especie de comunismo dictado por las corporaciones globalistas. Lo más intolerable de la Covid es la absoluta falta de discreción.

Se inició entonces un argumento de suspense muy conseguido. No sabías qué aparecería un minuto después, una hora más tarde. Podía ser cualquier efecto, en cualquier lugar del cuerpo o el cerebro. En mi caso debió ser sobre todo el cerebro, sin fiebre: por primera vez en mi vida mis sueños no eran pesadillas, no quería que acabaran. Soñé que estaba en un pueblo costero ficticio de Alaska llamado extrañamente Ademan. Me fascinaba ver cómo los lugareños no se impresionaban de ver cómo el helado océano cada día, en enormes montañas de agua espesa, derruía sus construcciones y se los llevaba uno a uno. No quería irme nunca. Nada tenía importancia salvo la belleza del espectáculo.

Si la Covid tuvo origen en un animal, ese animal fue ciberorgánico. En la naturaleza no hay nada parecido, salvo que ésta sea 'mejorada'. Lo más interesante son los efectos a largo plazo. Con la Covid se han perfeccionado los de ciertas enfermedades tropicales que no tienen vacuna efectiva. Con unos leves retoques será el arma biológica perfecta: la Covid puede ser cualquier cosa (es 'La Cosa', de Carpenter). Puede adoptar cualquier forma. Puede tener todas las consecuencias y ninguna, dependiendo de decisiones de alguna superestructura. Y todos –si quedamos– seguiremos diciendo amén. A todo.

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