A nuestra hispánica y ancestral costumbre de hablar fuerte únase en los últimos tiempos el nuevo hábito de comunicarnos por móvil a cualquier hora y en cualquier lugar. De esa manera, la calle se convierte en el escenario más común. Las vías urbanas son el espacio ideal para entremezclar conversaciones a modo de moderno Babel. Y digo Babel pues tampoco es difícil que algunos de los parlantes usen diversas lenguas además del español, el árabe en su mayoría, el ruso en no pocas ocasiones, y otras más comunes cuando estamos en período académico en el que los Erasmus forman parte del paisaje urbano. O formaban, pues pocos estudiantes extranjeros se atreven a salir de casa en esta época de pandemia.

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Si yo fuera escritor, me sentaría en algún banco de algún parque o plaza y me dedicaría a tomar nota de cuanto oigo a mi lado. Son verdaderos regalos verbales que nos concede la modernidad. Tengo en la memoria, sin esfuerzo alguno, algunas de esas frases sueltas que me llegan. Es evidente que la principal temática de hoy día está dedicada al coronavirus, pues esa enfermedad se ha convertido, por derecho propio, en protagonista del último año, y ya veremos de cuántos más.

–Por la tarde siempre le sube la temperatura. Le damos la pastilla y a esperar...

–No sé si será o no, pero de momento le he dicho que no salga de casa. Una pelea, chica...

–Estamos esperando los resultados. Dios quiera que no sea eso...

–La verdad es que tengo miedo. Por mí, pero sobre todo por mi padre, que es muy mayor...

Estas son de las más habituales. Otras hay que tienen mucha más malasombra. Una me recordó ese anuncio de la radio en el que, cuando bajó la incidencia del virus, organizan una fiesta para celebrarlo y hasta el chico que lleva las pizzas se queda por allí a divertirse. Una señora joven decía por el móvil a una colega:

–Sí, chica, de los doce que nos reunimos en la cena de Nochevieja, ¡once contagiados! Ja, ja, ja... ¿Qué te parece?

Si no fuera porque no me gusta meterme en donde no me llaman le hubiera espetado: fatal, chica, me parece fatal. Preferí morderme la lengua. La tal señora me ayudó a comprender muchas de las cosas que pasan, como esa enorme subida de la curva de incidencia tras las fiestas de Navidad. No tenemos remedio.

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Eso no quiere decir que todos los que hablan por la calle sean unos lenguaraces como la mentada señora. Sigo creyendo que la mayoría, la inmensa mayoría de la población cumple las restricciones que desde la autoridad sanitaria se mandan. No todos hacen de su capa un sayo, máxime cuando estamos viendo cuanto está pasando en hospitales y centros de asistencia. Pero no deja de llamar la atención que hayamos provocado nada menos que tres olas de contagios. No cuesta mucho recordar ese dicho popular de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. En este caso, tres, y ya veremos cuántas más.

Y aquí estamos: asustadicos con la que está cayendo, y temerosos de que las dichosas vacunas tarden más de lo que creíamos. Ese es el nuevo motivo por el que, si usted pega la oreja a la voz de la calle, se entera de cosas diversas: las dichosas vacunas.

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–Yo estoy deseando ir a que me la pongan...

–Pues yo no estoy tan seguro...

–Entonces, ¿qué? ¿En casa esperando que algún sobrino o alguna prima venga y te lo pegue?

Opiniones. Opiniones para todos los gustos que, no pocas a veces, caracterizan la tendencia política del hablante. La voz de la calle se convierte, así, en asamblea popular, en donde cada cual expresa su opinión sobre los políticos que nos gobiernan. En este sentido el galimatías tiene pajorela gracia. Todo empezó con la polémica del consejero de Salud.

–¡Mira que vacunarse él y sus amigos los primeros!

–Pues yo no veo por qué se ha armado tanto revuelo por una vacuna más o menos. ¡Si es médico!

–Sí, pero ya veremos cuándo me toca a mí vacunarme, ¡y mayorcico que voy siendo!

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–¡Anda que los de la oposición...!

–¡Pero si era médico...!

¡Cómo es la política! ¡Cómo se aprovechan de cualquier cosa! ¿No se dan cuenta de que todo pasa antes de que nos demos cuenta? ¿Quién se acuerda de Villegas? La vida misma.

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