El ilustrísimo don Antonio Martínez Hernández, médico apasionado vocacional de la anestesia, ha abandonado este mundo terrenal dejando un vacío difícil de llenar. El doctor ... Martínez Hernández dignificaba nuestra profesión por su inteligencia, afabilidad, generosidad, compromiso y carácter innovador.
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Nació en Fuente Álamo, pero vivió en Totana y en Murcia. Fue el jefe de servicio de anestesia del Hospital General (Hospital Universitario Reina Sofía) y académico de número de la Real Academia de Medicina y Cirugía de la Región de Murcia (Medalla #19), donde fue vocal de las Juntas de Gobierno y secretario general en los mandatos de los presidentes Don Guzmán Ortuño Pacheco y Don Máximo Poza y Poza. Fue entonces cuando tuve la ocasión de conocerle y de aprender de él, de su cuidada dicción y de la brillantez de sus discursos, destacando sus esmeradas oratoria y prosodia. Antonio fue un académico ejemplar, amaba a la Real Academia y generosamente ofrecía a la institución su talento y trabajo.
Don Antonio recibió una sólida formación científica en España y, debido a su inquietud, también realizó estancias de larga duración en el Reino Unido: en Liverpool, en Mánchester y en Norwich, siendo miembro del Royal College of Surgeons of England. Los quehaceres del día a día en el hospital no le perturbaban ya que tenía pasión vocacional por la anestesia.
Fue y ha sido reconocido especialista en nuestro país y fuera de nuestras fronteras, pero como buen murciano quiso desarrollar su carrera en esta tierra trayendo a Murcia los últimos avances en el campo científico y aplicado. Antonio no se conformaba, siempre tenía nuevas ideas que desarrollar porque, como ya dijera John Fitzgerald Kennedy, «la conformidad es la carcelera de la libertad y la enemiga del crecimiento».
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Murcia le debe mucho al doctor Martínez Hernández. Desde hace casi 60 años, desde la década de los años sesenta, profesionalizó y modernizó las técnicas y usos de la especialidad de anestesia en esta región. Antonio fue una persona generosa y afectuosa. Su comunicación con los 'enfermos' era abierta, estrecha y empática. Siempre pensaba en los pacientes y en su bienestar. Por ello, impulsó e instauró en la Región de Murcia los más avanzados tratamientos del dolor, congregó en Murcia a los más prestigiosos especialistas mundiales e instauró la anestesia epidural de la que se han beneficiado cientos de mujeres.
Pero Antonio no fue un médico al uso. Supo compaginar su trayectoria profesional con el humanismo, en el sentido estricto del término. Asimismo, Antonio ha sido un erudito de la historia de la medicina de la Región de Murcia. Como él mismo decía, «contar para no olvidar». Sus artículos y obras literarias constituyen un legado para que las próximas generaciones conozcan la historia e intrahistoria médica de esta tierra durante el último tercio del siglo XX. Su producción, cuidadosamente documentada y expuesta con gran rigor, es fácil de leer por su lenguaje divulgativo en el que entremezcla anécdotas a las que añade su subjetiva interpretación de los hechos, sin olvidar a ningún colega, ponente o asistente de los que colaboraron con él.
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Su trayectoria profesional le supuso un gran esfuerzo personal, trabajando sin descanso, pero con optimismo. No obstante, sus sacrificios no fueron en solitario. Don Antonio fue secundado por su excepcional familia. Y es que Antonio ha sido muy afortunado en esta vida. Primero al compartirla durante cincuenta y seis años con su esposa, doña Remedios Lozano, mujer inteligente, elegante en las formas y en el fondo, y que siempre ha sido su apoyo y equilibrio potenciando un hogar estable, y favoreciendo la seguridad y raigambre. También, la hermosa y numerosa familia que formaron. El doctor Martínez Hernández y doña Reme fueron padres de seis hijos (Rosario, Joaquina, Remedios, María Fuensanta, Pedro Antonio y Juan José), abuelos de diez nietos y bisabuelos de uno. Todos le profesaban y le profesan amor y respeto. Y en estos momentos de tribulación, aunque se siente su falta, no se duda de su dicha y merecida felicidad y paz en la otra esfera, como premio a su cultivada bondad y ejercicio de piedad como creyente practicante y coherente.
La huella del doctor Antonio Martínez Hernández es imborrable. Siempre le recordaremos no solo como anestesista, como médico, como académico, como escritor, como historiador, como maestro, sino también por su sonrisa franca, sincera y cabal, como amigo, esposo, padre y abuelo. Lloramos tu pérdida, pero nos reconforta haber tenido la oportunidad de conocerte.
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