Hay una campaña ecosostenible para que la gente coma algarrobas, citando sus presuntas virtudes para el organismo. Pero no se nombra a la única virtud homologable y comprobada de las algarrobas, que es la de convidar a guardar un cristianísimo ayuno. Las algarrobas son buenas ... porque no teniendo otra cosa para comer la gente más mísera prefiere pasar hambre. Las algarrobas te hacen delgadísimo por el procedimiento de dejarlas donde estaban, subidas en su algarrobo.
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Mi tata Pascuala me contaba muchas veces lo que llegó a comer en la postguerra civil, para sobrevivir. Cosas impresionantes, pero siempre se negó a llegar tan bajo como a las algarrobas, aunque luego su estómago feroz la devorara por dentro a ella. De niño tuve curiosidad por ver a qué sabían, como tuve curiosidad por absolutamente todo lo que contiene el mundo. Eran unas vainas resecas de color lóbrego, que al diente parecen celuloide y un sabor que solo acertaría a definir como terroso, pero de esa tierra insidiosamente dulzona, corrupta, tirando a violácea, que cubre a los fallecidos. En la postguerra se consideraban comida para pollinos, porque los pobres pollinos de entonces, aún más miserables que la gente, no tenían oportunidad de hacer ninguna observación al respecto. Sin embargo, ahora se ha disparado el precio de las algarrobas para consumo humano, ante la demanda de gente acomodada que cree que no se va a morir nunca. A los burros hay que tirarles del ronzal para llevarlos a las que se llamaban 'garrofas', y a veces tampoco se consigue, pero los seres humanos son esos extraños animalitos que van contentos y sin necesidad de palos a cualquier cosa que les digan. «Lo ha dicho la tele», se decía antes como argumento de autoridad; hoy basta simplemente con que lo diga la última portera que quede en el mundo y se corra la voz.
De los inventores de la dudosísima verdura 'kale', cuya fibra valdría mejor para fabricar cinturones que para la dieta, viene ahora la algarroba, que tiene de todo lo que es bueno una vez que le hemos quitado todo lo bueno. El algarrobo es un árbol durísimo, feo, que aguanta lo que sea, admirable, pero si se pone de moda comer algarrobas entre los ecopijos de piso (algo que no consiguieron ni las grandes hambrunas) temo que toda la población europea de viejos algarrobos muera irremisiblemente, por haberse partido de risa. Mi tata, en la postguerra, comía las cáscaras de habas que les daban por caridad las familias ricas del pueblo, en pago por fregar las escalinatas de mármol de rodillas, pero aún medio siglo después ponía cara de desconsuelo cósmico al recordar el olor ahumado, de camposanto, que emanaba de los algarrobos calientes al sol. A la miseria más absoluta, a la necesidad más espantosa hoy se le llama 'superalimento', y todos contentos.
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