Ese es el número de ocasiones (algunos investigadores las aumentan hasta ciento cincuenta), según una emisora de radio, en que los usuarios consultan por término ... medio la pantalla de sus móviles. Es un número mayor que el que las madres dedican a sus bebés, que los cocineros atienden la comida en los fogones, o, en fin, que las que los ciudadanos corrientes dedicamos a pensar en asuntos que verdaderamente nos atañen: la salud, el trabajo, la irreversible deriva climática hacia el colapso o los imprevisibles y peligrosos derroteros de la política en casi todo el mundo.
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Mirar el móvil se ha convertido en un tic, un movimiento involuntario y automático igual que el de respirar. Desde esta perspectiva me pregunto: ¿qué tienen los móviles que los hace imprescindibles?, ¿qué información tan relevante nos ofrecen para mantener alerta nuestra mirada y nuestra inteligencia?, ¿qué ocultos mecanismos sicológicos nos mueven a consultar este ladrillito de tecnología punta mientras nos hallamos pensando, cuando caminamos o estamos comiendo, haciendo el amor o conversando con la familia o los amigos?
Siendo estudiantes, nos explicaban el 'experimento de Pavlov', consistente en condicionar los reflejos de un perro por el procedimiento de ponerle comida y hacer sonar al mismo tiempo una campana, con lo que el perro salivaba. El estímulo de la campana provocaba la respuesta de la salivación, de manera que al oír el sonido el animal segregaba saliva, independientemente de que hubiese o no comida. Cada vez que suena el móvil me siento como el perro de Pavlov. Alguien ha conseguido condicionar mis reflejos, de modo que dejo lo que estoy haciendo, por importante que sea, para atender el aparato. La mayoría de ocasiones para recibir la molesta oferta para cambiar de compañía telefónica o para trasladar los ahorros a otra cuenta bancaria, lo que me hará acreedor a un viaje maravilloso de fin de semana en Benidorm. Nunca se trata de una oferta de trabajo, de la buena noticia de que el Mar Menor se recupera o de que el cambio climático se detiene.
Creo que los neurosiquiatras al servicio de las multinacionales cibernéticas, en lugar de profundizar en los estudios sobre el cerebro, se afanan en organizar trampas mentales y señalar sus puntos vulnerables para que todo ese batiburrillo informe donde se mezclan bulos, intereses comerciales, ofertas equívocas y falsos mundos felices se instale, como recompensa a la docilidad, en la mente de los usuarios digitales, que vamos siendo casi todos. Muchos científicos al servicio de la economía y no del progreso han ido instalando nuevos 'altares' en los que se adoran los móviles, a través de cuyas pantallas accedemos a mundos inimaginables, como Alicia al traspasar el espejo.
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He leído que las martingalas para captar nuestra atención tienen que ver con el uso de musiquillas que avisan de una llamada o un envío por las redes. La campana de Pavlov se ha transformado en unos timbrazos o en una música ratonera que nos 'raptan' de nuestras ocupaciones para rendir culto al móvil, que tenemos siempre a mano o lo llevamos con nosotros como un tesoro inapreciable.
El caso de los niños es infinitamente más preocupante. Parece ser que los colores brillantes y el movimiento hipnótico de las pantallas provocan un efecto de vértigo placentero, por lo que ejercen una atracción irresistible sobre su sistema neurológico, hecho que los convierte en seres casi absolutamente dependientes. Una nueva rama de la Medicina trata desde hace años algunas de estas dependencias, una nueva enfermedad síquica que se denomina nomofobia.
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Las llamadas por móvil crean el hábito de una curiosidad morbosa por saber quién se halla al extremo del aparato, qué misterioso mensaje nos aguarda, ya que puede proceder de cualquier lugar del mundo. Con frecuencia, lo que descubrimos tras la llamada nos decepciona. La sensación gratificante y de falsa cercanía de que estamos permanentemente conectados con cualquiera de nuestros familiares y amigos, aunque residan a miles de kilómetros, genera una euforia que no tiene razón de ser, pues se trata de algo virtual y no real. La verdadera compañía consiste en poder tocarse.
Tener móvil conlleva la obligación ineludible de alimentar la batería, poseer una clave, ser 'activo en redes', una nueva y prestigiosa categoría social, prever los puntos de recarga durante los viajes, rechazar las constantes ofertas de mejorar las aplicaciones del aparato y, en fin, sobre todas las cosas, mantenernos alerta para no perder ni uno solo de sus requerimientos.
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Dado que se ha convertido en mi más fiel compañía y no puedo pasar ocho horas separado de él, estoy pensando seriamente en programar el despertador para altas horas de la madrugada a fin de consultar la pantalla, pues nunca se sabe qué acontecimiento maravilloso puedo perderme mientras desperdicio el tiempo durmiendo.
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