AA lo largo de la historia, la ciencia se ha ido despojando de la ganga de creencias y supersticiones con las que se amalgamaba y confundía, hasta el actual desempeño basado en la razón objetiva. Durante la época medieval, el estudio de la naturaleza no ... estaba separado de asuntos como la astrología, la nigromancia o la siempre presente búsqueda de la piedra filosofal. Durante ese periodo estaba presente en la medicina la concepción galénica, atribuyéndose las enfermedades al desequilibrio de los humores vitales: la sangre, la bilis, la bilis negra y la flema. En íntima correspondencia con las potencias de la naturaleza: lo frío y lo caliente, lo húmedo y lo seco. Los remedios terapéuticos incluían hierbas medicinales, extractos de órganos de animales exóticos, amuletos y no pocos conjuros, como la tríaca máxima, la mandrágora, la hiel del pez de Tobías, la confección anacardina o el agua de la magnanimidad.

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A estos tratamientos hay que sumar diferentes piedras, relacionadas con los signos del zodiaco, al tiempo que con diferentes partes del cuerpo. Una condición recogida de manera exquisita en el conocido Códice Lapidario. Elementos minerales curativos, en el entender de la época, como diamantes, lapislázuli, zafiros, ópalo, ónice, ágata, hasta trescientos, cada uno con indicaciones precisas para curar aflicciones como la melancolía, hender o tajar llagas, postemas, tósigos o ponzoñas. Es este un tratado de singular belleza, conocido gracias al impulso para su traducción a la por entonces lengua vulgar, el castellano, por el rey Alfonso el Sabio.

Ahora se presenta la oportunidad propicia para homenajear a personaje tan destacado de nuestra historia, con ocasión de cumplirse el octavo centenario de su nacimiento, el 23 de noviembre de 1221, en el convento de Santa Fe de Toledo. Enamorado de Murcia, decretó que, tras su muerte, su corazón reposase en la Catedral de la ciudad. Tiene una biografía cargada de avatares. Se dedicó a los más variados ámbitos de la cultura, sin que ningún campo del saber le fuera ajeno. Manejaba materias distintas como el ajedrez, la lírica, la música, la astrología o los textos legislativos. Con un empuje hacia la creación de los conocidos como Estudios Generales, embrión de las actuales universidades. Cabe apuntar su contribución al conocimiento del legado de la antigüedad clásica, gracias al apoyo a la escuela de traductores de Toledo, de trascendental importancia al verter los textos canónicos de la cultura griega, a través del árabe al latín, lo que representó un hito memorable para el pensamiento del occidente cristiano. En otro apartado especial, junto a sus conocidas composiciones líricas, tenemos Las Cantigas de Santa María o la compilación de textos legales y morales. Dedicó inusitada atención a las ciencias naturales, al convocar a su corte a los expertos más destacados de la época, sin importarle su origen.

Enamorado de Murcia, decretó que, tras su muerte, su corazón reposase en la Catedral de la ciudad

Por esos caminos insólitos por los que discurre el saber humano, circunstancias que en la actualidad pudieran parecer increíbles, llevan a conexiones que, en todo caso, pueden resultar sorprendentes. Como si se tratara de unos lazos que transitan intemporales. Así, el Códice Lapidario recogía el espíritu de esa intima conexión que se pensaba entre todo el cosmos. Esa unidad implicaba a los astros, los seres vivos, incluso las piedras, materia inerte. Algo que hoy podría parecer descabellado, pero no lo es, al establecer una singular conexión a través de mecanismos que parecen extraordinarios. Tal es así al mencionar que piedras y metales, elementos químicos inorgánicos, serían eficaces para su empleo en diversos tratamientos médicos. Una opción que ya se está empleando en los tratamientos modernos del cáncer, y a la que se auguran posibilidades futuras con los conocidos como metalo fármacos, en los que la Universidad de Murcia desempeña un destacado papel de investigación. Se ha comprobado que estos metales –por diversos mecanismos radicados en la intimidad profunda molecular– tienen la propiedad de frenar, en determinadas condiciones, el desarrollo de las células tumorales.

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En esta aceleración de acontecimientos sin tregua en la que andamos enfrascados, conviene de vez en cuando hacer una pausa tranquila, desde la que otear el pasado. Con mirada exenta de prejuicios, resulta factible extraer enseñanzas de provecho desde las que proyectar el futuro. No debería ser otra la misión del aprendizaje de la historia, como referente para tratar de solucionar controversias ya superadas, algo que con frecuencia se echa en el más absoluto olvido. Sin devaluar logros del pasado, por extravagantes que pudieran parecer, conmemorando como es debido figuras señeras de nuestra historia, como la de Alfonso el Sabio. Ese mundo inane forma parte del universo en el que nada es prescindible.

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