Se trata de algo habitual, espontáneo, que surge de manera instintiva. Cuando dos personas van conversando por la calle, la que lleva la voz cantante suele arrastrar el sonido de la frase que está formulando, al cruzarse con otro individuo que camina en sentido contrario. ... Una vez que el desconocido rebasa su altura, reanuda la frase interrumpida en el tono acostumbrado. Quizás con ese movimiento verbal, deslizando por el aire la dicción, se pretenda evitar que un anónimo transeúnte capte las intimidades de una jugosa plática. Semejante rasgo de pudor resulta una pretensión tal vez desmesurada, pues supone que ese cercano receptor está dotado de cualidades auditivas y de comprensión sobresalientes. Tendría que adivinar en tan brevísima coincidencia, con solo oír –que no escuchar– una o dos palabras al azar, los intríngulis de un pormenorizado relato expresado con resuelta convicción. Lo que quizás daría pie a ese distraído oyente a conjeturar –si no tiene la mente ocupada en otro motivo, ensimismado con las musarañas de su caminar–, que los pormenores de la plática versan sobre alguien conocido por los dialogantes. Alguien de quien, en plan cómplice, sacarían a relucir determinadas peculiaridades que no suelen ser, por cierto, las más loables.

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Esta práctica de chismes, murmuraciones o comentarios está asentada con firmeza en la psicología colectiva. Mediante ella se anudan entre los contertulios intangibles lazos de confianza mutua, al desgranar secretos y confidencias que afectan a terceros. Se genera así un ambiente propicio para la rumorología, que se encarna en el tópico de 'alguien me ha dicho que ha oído, que le han dicho...'. En el ejercicio de esta actividad se han alcanzado metas de difícil superación, durante el actual estado social de la pandemia derivada del coronavirus. No siempre se usan datos fiables, sino más bien tóxicos, en una inflación de sobreabundantes y no pocas veces contradictorias noticias, acerca de infecciones o vacunas. Es una contingencia explicable por la novedad, sin asideros firmes. Encontramos afirmaciones que se han expandido sin freno, magnificadas merced al tremendo poder de las redes sociales, en una saturación del ciberespacio en la que todo tiene cabida. Y con no pocos infundios. De ahí que sea una tarea titánica, más bien imposible, separar la cáscara del meollo de la verdad.

Señalan los expertos que, en paralelo a la expansión del virus, siguiendo similares rutas, se ha difundido de modo global un exceso de información. La conocida como infodemia. Es lógico pretender respuestas rápidas y comprensibles a interrogantes concretas que mitiguen la ansiedad y la angustia, ante el miedo a lo desconocido. Nos vemos impelidos a decidir en un contexto de incertidumbre, donde se vislumbra riesgo para la salud. La carencia de certezas no puede ser remediada de inmediato, tanto por las instancias gubernamentales como por las bases científicas en las que estas necesitan apoyarse, con argumentos sólidos confirmados y verificados. En semejante realidad, surge la tendencia a aceptar –por la facilidad de acceso a las más diversas fuentes– de una manera irreflexiva cualquier testimonio, por lo común sin contrastar. De ahí pueden desprenderse efectos perniciosos, si además no existe una cierta base para comprender de golpe tantos términos sobrevenidos. Se crea una jerga compleja y sumamente enrevesada de la biología humana, en campo tan singular como la inmunología, difícil de vulgarizar rebajando sus propuestas a conceptos fáciles de entender. De modo que todo tipo de manifestaciones sesgadas, descaminadas, cuando no maliciosas y sin fuste, circulan descontroladas.

Dejar atrás un periodo calamitoso demanda que la lucidez disipe las sombras de la duda

Véase cómo proliferaron múltiples teorías erróneas, con desafortunadas recomendaciones, acerca de beber lejía o alcohol falsificado, por no señalar algunos fármacos considerados como la panacea frente a la infección vírica. Todo lo cual condujo incluso a desenlaces fatales durante la fase inicial de la pandemia. O las actuales controversias sobre las vacunas. La comunicación equívoca, desatinada e incorrecta difundida por altavoces inadecuados depara inseguridad, al divulgar ideas perversas. Con el añadido de suscitar recelos infundados sobre consejos y medidas de eficacia contrastadas, como por desgracia vemos todavía en los grupos negacionistas. Objetan, por ejemplo, la eficacia de las mascarillas de protección o el distanciamiento físico para evitar la propagación del virus. Erre que erre se suceden reuniones sin control, pese a su reiterada prohibición.

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Las voces autorizadas necesitan que se oiga con claridad su palabra, sin esa metáfora que hemos señalado al principio de demorar las frases para evitar que sean escuchadas. Dejar atrás un periodo calamitoso –anhelantes del regreso a lo que entendíamos como normal– demanda que la lucidez disipe las sombras de la duda. Será un tiempo nuevo, por completo diferente al que dejamos atrás.

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