En el artículo que escribe Raskólnikov, el protagonista de 'Crimen y castigo', el mundo se divide en gente corriente y gente extraordinaria. Esta última especie es la más peligrosa, pues cree tener derecho a obrar como le da la gana. Los otros, parece decir, hacen ... lo que hace todo el mundo: sobreviven con mejor o peor suerte. Sin embargo, los extraordinarios son capaces de todo. En la famosa novela de Dostoievski se insinúa que pueden llegar hasta a matar. Su conclusión es que la mayoría de los asesinos son seres portentosos, que piensan que lo que hacen no está al alcance de todos.

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Si quisiera ser oportunista parafrasearía a José María Aznar cuando, en sus años mozos, en los que empezaba a ejercer la profesión de inspector de finanzas del Estado, dijo aquello de que los ricos no pagan IRPF. Realmente no fue eso exactamente. Lo que dijo es que, según el IRPF, «en España no había ricos». Esta afirmación es tan fuerte que Carlos Cruzado y José María Mollinedo la han utilizado como título de un reciente libro, que repasa lo divino y lo humano de tan espinoso asunto. Actualizando a Dostoievski, podríamos decir que los ricos son seres extraordinarios, más listos que la gente corriente, pues creen que pueden saltarse las normas, o que las normas están para los otros, no para ellos.

O sea, que entre las diversas maneras en las que podemos dividir el mundo, además de orientales y occidentales, feos y guapos, altos y bajos, listos y tontos, del Madrid o del Barça..., la más importante sería entre ricos y pobres. Sin embargo, hoy, siquiera sea por respeto a las fechas en las que estamos, nos vamos a detener en otra división del mundo, a mi manera de ver, mucho más significativa y trascendental: la de buenas y malas personas. Por ser el día en que escribo esta columna, el del Amor Fraterno, prefiero titularla así, y no de esa otra manera totalmente posible: 'malas personas'.

Podríamos decir que los ricos son seres extraordinarios, más listos que la gente corriente

Sin querer meterme a sociólogo, ni mucho menos a psicólogo, simplemente por la experiencia de los años, he visto con enorme claridad a lo largo de mi vida que, en efecto, existen buenas y malas personas. He de afirmar, ante todo, que hay bastantes más buenas personas que malas; y diría más, seguramente lo que más haya sea un enorme territorio intermedio constituido, de manera mayoritaria, por quienes no son ni lo uno ni lo otro, es decir, normales. A veces eres bueno, a veces eres malo, pero siempre sin estridencias, es decir, discretamente bueno o discretamente malo. Sin embargo, las buenas personas, siempre desde mi particular mirada, hay pocas. Sin entrar en religiones, son gentes que, por ejemplo, dan la vida por otros. O la cara, con harta posibilidad de que te la partan. O simplemente, personas que donan órganos o sangre sin beneficio económico alguno. O que mantienen un criterio de responsabilidad, aunque conlleve perjuicios. Hay gente así. Poca, pero la hay, por eso te sorprenden, y dices para ti: éste o ésta es sin duda una buena persona.

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En cuanto a las malas personas, y siguiendo como criterio principal la experiencia, madre de todas las ciencias, diría sin temor a equivocarme que hay menos ejemplares, pero que son peores. Son peores porque no es fácil identificarlos, hasta que no dan la cara. Hace tiempo no era difícil reconocer al usurero, por ejemplo, capaz de extorsionar a cualquiera. O al patrón explotador de subalternos, en moderna versión de la esclavitud. O el que abusa de menores. O el que comercia con la droga, insensible al daño que ocasiona. Sin embargo, hoy día parece más difícil atribuir un modelo de mala persona a un espécimen determinado. La usura la ejercen los bancos, los patronos intentan pagar menos por mayor trabajo, los pederastas aparecen por donde menos te lo esperas, y las drogas llegan sin impunidad hasta las más altas esferas de la sociedad. Lo que no quiere decir, ni mucho menos, que todos los bancos sean usureros, todos los patronos desalmados, todos los religiosos pederastas, ni en todos los estamentos de la sociedad se esnife a diario. No obstante, en esas altas esferas me temo que haya la mayor concentración de malas personas, aunque recen y den discursos patrióticos, ignorantes de su culpabilidad. ¿Acaso alguien que defrauda al erario público, o que lanza un bulo en política, o amenaza a periodistas que no le bailan las gracias, no es una mala persona?

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