La actualidad en nuestra ciudad, y en otras de nuestro país, se centra en los problemas que produce el tráfico. Mejor dicho, el exceso de tráfico. Y no sólo en nuestro país. Esto pasa en el universo mundo. Echo mano a las estadísticas y compruebo ... que, en sitios como Los Ángeles, se estima que cada automovilista soporta cien horas al año esperando a que se mueva la cola. En Bogotá, 75, mientras que en Boston se queda en 60. En Madrid son 42 las horas pegados a un volante inerte, algo así como dos días que se pierden al año por ese motivo. Dichas estadísticas no recogen el tiempo que los chóferes pasan anclados en céntricas vías de nuestra ciudad. Imagino que, en los últimos tiempos, habrá subido de forma alarmante. En fin, que mal de muchos, consuelo de tontos, cosa que digo sin el menor deseo de faltar a nadie, hasta ahí podíamos llegar. El caso es que eso del tráfico excesivo, de las colas en las grandes y pequeñas avenidas, es uno de los problemas que sufrimos aquí y allá, de norte a sur y de este a oeste.
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Sesudos estudios al respecto señalan que la pérdida de tiempo, cuestión que parece determinante en casos como éstos, no es lo peor que origina la nula fluidez del tráfico. Más que pérdida de tiempo, hablan de pérdida de dinero. Dicen que un contratista, un operario, unos ejecutivos, empleados de distintos niveles (añadan ustedes sus correspondientes femeninos, que yo los doy por añadidos), trabajadores en general, lo que hacen atascados en colas interminables es dejar de ganar dinero para sus empresas, lo que supone un mal mayor que la simple pérdida de tiempo. A saber.
El tema es tan interesante que el cine y la literatura lo han manejado en no pocas ocasiones. Recuerden una película italiana de 1978 llamada 'El gran atasco', que contaba un morrocotudo embotellamiento que se produjo en Roma, en el que los automovilistas llegaron a estar parados 36 horas seguidas. Todavía veo al gran Alberto Sordi a punto del infarto. Otra película, ésta reciente, 'Un día de furia', más que hablar de los problemas de un atasco, lo hacía de sus consecuencias: Michael Douglas perdía la cabeza ya que dejaba el coche en medio de la vía, y hacía locuras surgidas del ataque de nervios que le ocasionaba estar atrapado entre cientos, miles de coches.
Pero no sólo el cine se ha hecho eco del problema del tráfico. Los hermanos Sánchez Cabezudo y Alfredo Sanzol crearon una obra teatral llamada también 'El gran atasco', cuyo subtítulo era: 'El largo viaje de dos personas que no se movieron un solo metro'. Aquí, una pareja decide vivir toda la vida en el coche, puesto que entiende que será imposible salir de allí. A pesar de las limitaciones que el escenario dispone con textos que parecen necesitar amplios espacios, no son pocos los autores que han tratado este tema. Fernando Almena lo utiliza en su obra para niños 'Atasco'. Y por supuesto la narrativa, encabezada por Julio Cortázar, dispone de muestras tan peculiares como 'La autopista del sur', cuento en el que se describen los avatares que suceden en una carretera hacia París, un día de enorme tráfico. Este texto queda como uno de los grandes referentes del realismo mágico que cultivó la mejor generación de escritores latinoamericanos.
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Como vemos, el tráfico excesivo, los atascos que origina, no sólo es problema de las calles y plazas por las que solemos pasar, ni de este gobierno municipal o del anterior. Va más allá. En países en donde han aumentado los carriles o han abierto más carreteras, el dilema sigue siendo el mismo. Habrá quien diga que el tema va más allá de la pericia de unos ediles, pero algo podrían poner de su cosecha. O, si no conocen la manera de solucionar la cosa, dejarse aconsejar por quienes lo sepan. Incluso, sencillamente, copiar lo que se hace en otros lugares en los que la cuestión es igual o parecida; que no está de más copiar cuando el caso lo aconseja. Porque, digámoslo con todas las letras, el principal problema del tráfico es que somos muchos, y todos queremos o tenemos que ir de aquí para allá, y, eso, lo miremos como lo miremos, produce caos en la circulación. Caos que intentamos solucionar con paños calientes (soluciones para mañana), en vez de pensar en remedios para dentro de veinte o treinta años. Y sean nuestros nietos los beneficiados.
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