Perdóneme si empiezo con una frase demasiado filosófica, y más con los calores que sufrimos: la vida está construida a base de rutinas. Desde la cuna, nos meten en puras rutinas. Pasamos del biberón cada tres horas a entrar en el cole o la universidad ( ... quien entre en el cole y la universidad) a las nueve de la mañana, salir después de la jornada escolar, hacer deberes, jugar (hoy, ver la 'tablet'), dormir, levantarte... Rutinas. De mayores cambien el colegio por el trabajo y entraremos en nuevas, y a la vez parecidas, rutinas. Despertador, ducha, desayuno, trabajo, bocadillo, más trabajo, cena, televisión, cama... Rutinas. Y no digamos en la dorada jubilación: llevar a los nietos a ese cole en el que, hace muchos años, éramos nosotros los que íbamos con nuestras carteras al hombro, darnos una ligera caminata, ducha, lectura del periódico, tiempo para las pequeñas aficiones (series, novelas, pasatiempos...), recoger a aquellos nietos, volver a casa, cenar, dormir... hasta mañana. Rutinas.
Publicidad
Por supuesto que hay quienes no viven esas rutinas. Por ejemplo, los que no tienen trabajo. Ya quisieran ellos gozar de tales rutinas. También, quienes viven de profesiones nada corrientes, las artísticas, por ejemplo. Cuentan las más grandes actrices y actores que parte de sus vidas las pasan pendientes del teléfono. Ese artilugio los avisa de un nuevo proyecto en el que podrían trabajar; y, por consiguiente, asegurarse el cocido de varios meses. Esto sucede con los pintores, con los escultores, con los escritores..., con los artistas. Se dice que son diferentes al resto de mortales. Lo son. Sus vidas tienen de todo menos rutina. Por eso es tan fascinante. Y tan poco segura. Y por eso a los padres se les ponen los pelos como escarpias cuando algún descendiente le dice que quiere ser artista. Vale, le contestan, pero antes haces una carrera. Una carrera que faculte un sueldo fijo: el funcionariado. La película 'Un italiano en Noruega' es una divertida sátira al estamento funcionarial. Si no la han visto, se la recomiendo. Y para estos días de verano, mejor. El protagonista, desde su más tierna infancia, preguntado por lo que quería ser de mayor, contestaba: «Funcionario». El colmo de la rutina.
Hablaba de los artistas como excepciones de las rutinas. Añadan a ellos los políticos, al menos, los de este convulso verano. Ni por todo el oro del mundo estaría en sus pellejos. ¡Madre del amor hermoso! No saber si buscar criada o meterse a servir. Aunque nada tengan que ver con los artistas, mire usted por dónde se parecen estas (digamos) profesiones en la incertidumbre en la que viven. Claro que si aquellos, los artistas, lo hacen por vocación, estos, los políticos, lo hacen... bueno, la verdad es que no sé por qué lo hacen. ¿Por salvar a la patria? ¡Vamos, anda!
Aquellas rutinas se acentúan hasta extremos notables durante las vacaciones estivales. Aquí unifican criterios funcionarios, artistas y todo bicho viviente. Lo del despertar diario se modifica entre los más trasnochadores y los menos, pero todos coinciden en desayunar más o menos temprano, ir rápido a la playa a poner sombrilla y esterilla para acotar su territorio en la arena, bajar con toda la familia al ritual del baño, volver quemados y cansados a la casa (propia o de alquiler), preparar lo que sea para comer, lanzarse a una importante siesta, intentar refrescarse con nueva ducha antes de vestirse para ir al paseo, picotear o cenar, ver algún programa de televisión que en esta época destaca por su estulticia, quedarse dormido, ir a la cama sin saber cómo, dada la fatiga del día con la paliza del baño incluida..., y hasta mañana. Rutinas.
Publicidad
Aunque parezca que, a esa palabra, rutina, le doy cierto tono despectivo, no lo crean, pues, de alguna manera, hasta en las rutinas podemos encontrar muchos momentos de placer. Por ejemplo, la rutina del paseo mañanero, cuando aún no aprieta la calor; por ejemplo, la siesta; por mucho que sea una vocación nacional, que ahora nos quieren copiar los alemanes, las siestas del verano, con sus chicharras, sus cremas de protección solar que nos refrescan cuerpo y alma, los ronquidos del vecino, la mosca que no te deja en paz, el afilador que afila tijeras y cuchillos (y que deja deslumbradas a las turistas americanas), el llanto del bebé de una casa cercana, esas siestas, digo, sobre todo cuando la brisa penetra por no se sabe dónde, esas siestas no tienen precio, por muy rutinarias que sean.
Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.