A María José y Pedro

Publicidad

La semana pasada, María José y Pedro cerraron mi quiosco. Y digo lo de 'mi quiosco' no en el sentido de propiedad, que era de ellos, sino en el sentido de quien va (iba) todos los días a comprar allí ... la prensa. Todos los días, salvo los dos o tres al año en los que, por descanso de fiesta grande, cerraban. Todos los días terminaba mi paseo matutino en mi quiosco, para iniciar el día leyendo el periódico. Esa costumbre se clausuró la pasada semana porque María José y Pedro decidieron cerrarlo.

No es la primera vez que hablo de este tema. Hace años, cuando comprobé que echaba la persiana un quiosco muy tradicional, cuyo propietario llevaba toda la vida en ello, empecé a tomarme en serio aquello de que la gente dejaba de leer la prensa en papel: las nuevas tecnologías daban demasiadas facilidades para enterarte de lo que pasaba en el mundo; quienes quieran enterarse, pues sabemos que hay una mayoría que ni les interesa o, si les interesara, caen en manos de plataformas que mienten más que hablan. Como en tantas cosas de la vida contemporánea, la ausencia de cultura explica la mengua de lectores, sea prensa, sea ficción, sea lo que sea. Estamos en una sociedad que no lee; o no lee lo que debería leer.

Esa voz que alcé hace unos años sobre la desaparición de aquel otro quiosco tampoco me suponía una tristeza absoluta. Estaba cerca pero no en mi barrio. Más próximo me pilló el cierre del situado justo enfrente de ese emporio entre gastronómico y copero que es el Mercado de Correos. No me lo podía explicar. Si uno de cada diez de esos clientes hubiera comprado un periódico o una revista no habría motivo de cierre. Pero tampoco estaba exactamente en mi barrio, de manera que me consolaba pensando que tenía a María José y Pedro suministrándome la dosis de prensa que necesitaba. Hasta la semana pasada. Unan a ello el incierto destino del cercano Cine Rex y convendrán en que hemos perdido calidad de vida. Desde entonces, mi barrio se ha empobrecido.

Publicidad

Justo a la salida del Cine Rex, en la esquina de la Gran Farmacia, estaba situado el quiosco de los abuelos y bisabuelos de María José. Apenas recuerdo, pero recuerdo, al abuelo, que continuaba la tradición quiosquera de la familia. ¡La de tebeos que le habré comprado! ¡La de novelas de Marcial Lafuente Estefanía que le alquilé por una peseta! Salí luego del barrio, utilicé otros quioscos, hasta que volví, como todos intentamos volver a donde solíamos. Y me encontré con María José y Pedro en su nueva flamante ubicación en la Cetina que inventó mi amigo Juan Antonio Molina. María José y Pedro no sólo se convirtieron en mis suministradores de diarios, sino en objeto del deseo de mis nietos pues, cuando por allí pasábamos, comprábamos esos pequeños juguetes que sólo tienen los quioscos.

María José y Pedro me explicaron el otro día, aguantando alguna lágrima rebelde en sus ojos, que su decisión de cerrar estaba muy meditada. Mantenerlo se había convertido en operación imposible. Hace dos o tres años, a Pedro le surgió la oportunidad de un empleo que le permitía tener un ingreso fijo. Aunque él abría siempre su local, y María José se ocupaba del mismo hasta mediodía. Cerraban las tardes porque aún eran menos rentables. Lejos quedaban los tiempos en que Pedro se pasaba casi todo el día encerrado en su cubículo. No merecía la pena. A mi pregunta de que si era verdad que se vendía menos prensa, me dijeron que sí, pero que no tanto. Menos lo hacían las llamadas revistas del corazón, que antes se las quitaban de las manos las señoras y peluquerías. Ahora sólo las quieren dos o tres clientas. Hasta 'El jueves', publicación satírica de cierta implantación, ha pasado de semanario a mensual… Se vende poco. Añadamos a eso los altos márgenes de las distribuidoras, los elevados impuestos (el Ayuntamiento les cobró lo mismo que siempre en pleno confinamiento), la licencia…; que no, que no merece la pena, decían. Hay que entenderlo.

Publicidad

Aunque es difícil saber cuál será el futuro de diarios, semanarios y mensuarios, menos difícil parece pronosticarlo. Pero como no quiero jugar a pitoniso, de momento he empezado a frecuentar otro quiosco que, si bien no está en mi barrio, tampoco queda tan lejos como para romper con la tradición de tener el diario a diario.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€

Publicidad