En los paseos mañaneros siempre te puedes encontrar con cosas curiosas. Por donde quiera que estés: tu pueblo, la ciudad que visitas o la playa. Es un aliciente junto al saludable ejercicio que a cualquier edad debemos realizar, sobre todo en la que podríamos llamar ... senectud, por decirlo a lo fino. Pues bien, un día de los primeros de agosto, cuando caminaba a mi aire por una de las rondas de la playa en donde paso parte del estío, vi algo que en principio no supe distinguir bien: andaba entre dos luces para evitar el calorazo que hemos sufrido este verano. Esas primeras horas del día me mostraban una especie de artefacto que, conforme me acercaba, aparentaba un automóvil cubierto con una preciosa funda rosa. No es muy normal proteger nuestros coches con plásticos o lonas incluso en los días más calurosos; algunos colocan sobre el volante cartones para impedir quemarse cuando ponen en marcha el vehículo, aunque protegerlo completamente en días de tanta movilidad no es normal, pero... Pero leí en dicha funda la palabra 'Maserati'. ¡Ah, Maserati! ¡En mi playa había un Maserati! No es de extrañar, ya que, vecinos a él, se podían ver otros coches de los que llaman de alta gama, de marcas que soy incapaz de reproducir.
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En mi vida, creo, había visto un Maserati tan cerca. De hecho, tampoco lo vi en esa primera ocasión en la que la madrugada me lo descubrió. Vi su envoltura, pero no el automóvil, que debía de ser la leche. En sucesivos paseos de sucesivos días, mis neuronas se preparaban, al llegar al sitio de marras, a encontrarme con el Maserati. Allí estaba, esplendoroso, en su funda rosa, con su letrero lateral que indicaba la marca del vehículo. Comprendí que lo que me gustaba no era el coche, sino su extraordinaria apariencia. Mi imaginación volaba hacia el interior: si la cubierta era tan maravillosa como parecía, cómo sería el interior, su salpicadero, el cuadro de mandos, el volante, los asientos (seguro que de pieles finísimas), los cristales tintados... Mi curiosidad me llevó a buscar en internet el precio de estos bichos: cien mil eurazos, aunque los hay un poco más baratos, pero también mucho más caros. Hice balance de mis posibilidades y vi que no llevaba suelto, aunque quizás vendiendo mi patrimonio podría llegar a tener un Maserati. Pero enseguida comprendí que era una tontería: ni me gusta correr, ni me gustan los coches, ni me gustan las ostentaciones... ¿Para qué demonios quería un Maserati? Me conformé, durante días, con verlo envuelto en su maravillosa funda rosa.
Hasta que un día... un día, ya amanecido, vi a 'mi' Maserati con su envoltura arrugada y a medio meter, con el culo (con perdón) al aire, mostrando lo que era un coche metalizado, quizás bonito en su conjunto, pero normalico en la parte descubierta. Gran decepción. Mi imaginación, que volaba cuando la espléndida funda rosa tapaba al Maserati, descubrió que era un coche nada más. Extraordinario quizás, pero coche. No la deidad que aparentaba cubierto, maquillado, aderezado, oculto a las miradas de extraños, reservado a su propiedad, seguramente riquísima, de un alto empresario, quizás de la 'jet set'. Seguí mi paseo haciendo cábalas sobre si su dueño había llegado alegre a altas horas de la noche (creo que el día era domingo), y que se quedaría dormido en la operación de cubrir su Maserati. De ahí que lo dejase de la manera que lo dejó. Pero el caso es que, al día siguiente, seguía así, medio desnudo, sin cubrir de manera tan perfecta como estaba los primeros días, con su maravillosa funda rosa. Hasta que una mañana desapareció. El Maserati no estaba. Veraneó una quincena tan solo. Dios sabe dónde estará ahora. Corriendo a 230 por hora por una autopista gallega como aquel, o encerrado en un no menos maravilloso garaje con su maravillosa funda rosa.
La historia me llevó a pensar que, además de 'mi' Maserati, habrá muchos Maseratis sueltos de carne y hueso. Me refiero a gentes que visten con galas inmaculadas, que se cubren con ropajes elegantes, pero que, si se les quita algún elemento, o se lo dejan a medio poner, descubres que no son más que como usted y como yo. Que todos los días van al cuarto de baño, y todos los días comen, beben y duermen como cualquier hijo de vecino. Aunque, claro, ni usted ni yo nos tapamos con fundas tan maravillosas. Mientras que los Maseratis, sí.
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