La imagen de una maleta es la más directa referencia a lo que hacemos una buena mayoría de la ciudadanía en estos días. Una maleta. Es signo evidente de que su dueño está a punto de salir a cualquier parte. No hace falta más. Una ... maleta. Y adelante. La meten en el coche, la meten en el tren, la facturan en el avión. Una cosa hecha. Antes ha habido que prepararla: poner el neceser con todos sus aperos, la ropa interior, calcetines, camisas o polos que es lo que más se usa con los calores, un pantalón además del puesto, si el viaje no es demasiado largo, si vamos hacia el norte (cualquier norte) echemos un jersey o dos por si acaso, más chaqueta en la mano que doblada se arruga, zapatos de repuesto no sea que... ¡ah! y un paraguas plegable. Todo esto en la maleta, que ahora no suele ser demasiado grande. Trolley la llaman; o maleta de cabina, con medidas pensadas para ponerla encima de tu asiento del avión, aunque a veces son demasiado grandes para eso, y han de llevarlas al equipaje general. Esto de las maletas con ruedas es otro invento de la modernidad. Los de cierta edad podemos recordar aquellos grandes maletones que utilizábamos para viajes largos, y que se podían embarcar, sí, pero cuando los recogías, los brazos se te alargaban hasta el suelo.
Publicidad
Pero, ¿cuándo empezamos a usar maletas? Pues no hace mucho. Cuando comenzamos a viajar para vacaciones. Antes eran las clases altas las únicas que salían. Entonces bastaba con enormes baúles, en donde poder acomodar cantidad de ropas, que criados y lacayos llevaban de aquí para allá con suma diligencia. Así daría gusto viajar. Tal era de clase alta que hubo de inventarse lo del mozo de estación, que llevaba esos grandes equipajes en carretas hasta el taxi o la galera. Agatha Christie, que fue una viajera impenitente, nos enseñó cómo Poirot viaja de Occidente a Oriente, de Norte a Sur, sin mover ni una bolsa de mano. También Mr. Fogg, de la mano de la imaginación de Julio Verne, recorrió el mundo en 80 días primero con gran equipaje llevado por su fiel Picaporte, luego menor, conforme lo iban perdiendo en sus sucesivas aventuras.
Cuando se empezaron a popularizar los viajes, un tal Louis Vuitton inventó la maleta, con sus compartimentos y distintas medidas. Esto fue hace más de un siglo, en el XIX. Luego, cuando empezó a extenderse el turismo, vinieron los equipajes más ligeros, hasta llegar al gran invento de poner ruedas a las valijas para que el esfuerzo sea mínimo. Cada vez se hacía más difícil eso de cruzar rápido por una estación o un aeropuerto.
También los de cierta edad nos acordamos por fotografías de compatriotas cargados con grandes y modestas maletas de cartón, atadas con cuerdas para que no se abrieran, que tomaban el tren de asientos de madera para llegar a Alemania, Suiza o Francia y poder ganar lo que aquí era imposible. Como todo no cabía en aquellas maletas, las mujeres llevaban grandes hatos en donde podía haber un mantón para el frío o el resto de una ristra de chorizos. La película 'Un franco, 14 pesetas', de Carlos Iglesias, es un perfecto retrato de aquella situación. Y, en un nivel más popular, 'Vente a Alemania, Pepe', de Lazaga. Recuerdo todo esto para los flacos de mollera, que no recuerdan que la inmigración a la que están obligados ahora los africanos no es demasiado distinta de la nuestra a finales del franquismo. Sí hay una diferencia: los de ahora no tienen maleta.
Publicidad
La maleta la aprovechó el cine con otra simbología. Aunque ya tiene años, y no es película que se programe normalmente, recuerdo a Claudia Cardinale, seducida y abandonada por un rico gañán, caminando por las calles de Milán en 'La muchacha de la maleta'. O, más reciente, al genial Timothy Spell, cruzando Inglaterra con las cenizas de su mujer recién fallecida, tomando autobús tras autobús, en 'El inglés que cogió la maleta y se fue al fin del mundo'. Pocas películas tan emotivas como ésta, y somero uso de la valija, como dicen los argentinos.
Todo lo cual nos lleva a recordar el dicho de que siempre hay que tener las maletas preparadas. Lo he oído a algún entrenador de fútbol, en alusión a la poca duración de sus estancias en los banquillos. Lo que puede ser aplicable a otras muchas circunstancias de la vida.
Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
El pueblo de Castilla y León que se congela a 7,1 grados bajo cero
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.