Soy de los que creen que las ciencias adelantan que es una barbaridad. Esta expresión, acuñada por Ricardo de la Vega, tiene nada menos de 130 años, y es de la famosa zarzuela 'La verbena de la paloma', de Tomás Bretón. Por aquel entonces, las ... ciencias que adelantaban se referían a los avances en medicina y en farmacia. No resultaba raro, pues, que fuera un boticario, don Hilarión, quien cantara ese estribillo. El nuevo siglo XX se asomaba a aquellas ciudades sucias de excrementos de caballos, y deseosas de modernidades. Me pregunto qué sería de aquellos personajes en el mundo de hoy, cómo quedaría el Julián con la Casta y la Susana (por WhatsApp, por supuesto), cuántas denuncias recibiría aquel viejo verde por ligar con jovencitas, qué producto sustituiría al aceite de ricino que dispensaba el veterano farmacéutico.
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También soy de los que creen que cualquier tiempo pasado no fue mejor. Hoy día, ir en tren a Madrid en un plis plas, conducir por autovía, llegar a Nueva York en ocho horas, son cuestiones que no tienen precio. Por no hablar de la medicina preventiva o de las comunicaciones telefónicas inmediatas estés donde estés, gracias a satélites no tripulados que dan vueltas y vueltas a ritmo de 'El Danubio azul', de Kubrick, que diga de Johann Strauss. Son cosas maravillosas. Ni qué decir de los beneficios que nos reporta, y sobre todo nos reportará, la llamada IA (inteligencia artificial). Vivimos en un mundo que no nos merecemos, que no apreciamos por cierto afán negacionista.
Sin embargo, la mayoría de esos adelantos tienen sus puntos débiles. Puntos débiles que proceden más del hombre que de la máquina. El hombre se equivoca, por ejemplo, cuando usa el citado WhatsApp. A veces tiene su gracia eso de escribir a quien no debes escribir, dándole a la tecla que no corresponde. A mí me pasó hace unos años. Recibí en un par de ocasiones dos mensajes de una buena amiga que, de manera errónea, los mandó a alguien de mí mismo nombre, pero que no era yo. La sal del asunto fue que la tal amiga, de derechas, me decía cosas en las que se metía con la izquierda. No es que yo sea fiel seguidor de Pablo Iglesias, el viejo, el fundador del PSOE, pero de lo que no soy es de lo otro. Aquellos comentarios me dieron pie a contestar, entre el humor y la tolerancia. Ni ella se enfadó, ni yo me enfadé. Aprovechamos para llamarnos, echarnos unas risas, y quedar en tomar un café con algo dulce, cosa que a los dos nos gusta.
Más complicado es cuando estás en un grupo de WhatsApp, con amigos de distinto pelaje, compañeros de colegio o instituto y similares. Yo estoy de uno de ellos, que partía del principio de no hablar de política, de fútbol y de no sé qué más. Esto lo cumplíamos (casi) todos. Alguno se empeñó en mandarnos himnos de la Guardia Civil, de la Legión, de la Falange, adornados con banderas al viento, y mensajes de la más recalcitrante ideología. Me salí del WhatsApp, aunque no del grupo: el cariño a los compañeros no tiene ideología... Está claro aquello de las dos Españas, que decía Serrat, que diga Antonio Machado, pero soy de los que piensan que ambas pueden convivir, como hacen los países civilizados. A pesar de los políticos.
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Ahora estoy en otro grupo de WhatsApp, en el que nos une un amor irracional al Real Murcia. Como los alfonsinos, la mayoría son de derechas, de una derecha civilizada, con la que se pueda hablar. Pues bien, aunque a veces nuestro coordinador repite que dejemos la política para los políticos, es inevitable que, a veces, se escape algún chascarrillo sobre Pedro Sánchez, ironía sobre ministros o cosas así. Últimamente, un recién llegado al grupo remite chistes de ese corte. La primera vez que lanzó una andanada, contesté de nuevo con humor, arma que los españoles tenemos para la defensa; la segunda... me callé por prudencia. La verdad es que no sé qué se saca con meterse con los otros en un grupo en el que la mayoría son de los tuyos. ¿Jugar a la burla fácil? ¿Despuntar de agudo? Puede ser. Pero permítanme decirles que no entiendo que se utilice un dispositivo tan moderno para menospreciar. Antes, cuando se decía que las ciencias adelantan que es una barbaridad, esas cosas se dirimían en los cafés, y se solucionaban con duelos. Eso hemos ganado.
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