He oído, sin sorpresa, que una de las preocupaciones que tienen los aspirantes a alcalde de sus respectivas ciudades es la limpieza de calles y plazas. No es la principal, pero sí una de las más destacadas. Y no es para menos. En el lugar ... en donde vivo, como en muchos otros del país, la suciedad es manifiesta. Y no creo que sea por desidia de las autoridades municipales. Contamos con una flota de camionetas eléctricas, de esas que no oyes cuando llegan, que no paran de ir de allá para acá, recogiendo basuras que se echan a deshora, tirando chorros de agua a diestro y siniestro, cosas para que los ciudadanos vivamos en las mejores condiciones de salubridad. También las actividades lúdicas más relevantes que tenemos en el municipio, como son las procesiones de Semana Santa o los desfiles de las Fiestas de Primavera, terminan con la apresurada recogida de sillas y un equipo de limpieza que intenta quitar hasta el último envoltorio de caramelos. Pero…

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Esta misma semana he vuelto a los paseos por Murcia Río. Les garantizo, si no lo han experimentado, que el olor a orines y excrementos en estos días primaverales es muy acentuado. Solo bajar por esas empinadas escaleras que te llevan desde las avenidas superiores al borde del Segura es una aventura para los sentidos. Además de que siguen rotos de tiempo atrás la mayoría de los peldaños, y te juegas el físico cada vez que subes o bajas, cacas y pipíes demuestran que debe ser un buen lugar en donde desahogarse, seguramente en horario nocturno. Y todo, a pesar de que a uno de esos camioncitos lo vi actuar por allí abajo, entre el magnífico adorno de adelfas que flanquean el camino, planta que por cierto no se distingue por su olor. Una pena, porque el lugar es idóneo, evita humos de coches y ruidos de la civilización. Salvo los fines de semana, es bastante tranquilo. Pero los malos olores invitan a volver a las recónditas calles murcianas, de lo poco y bueno que nos queda del antiguo trazado de la ciudad.

Estoy diciendo que no todo es culpa de la autoridad; que tenemos que mirarnos a nosotros mismos para comprobar que vivimos en unos lugares que merecen atención y respeto. Los bancos, las farolas, los juegos instalados en los parques infantiles, las papeleras, de alguna manera pertenecen a la ciudadanía. Sin embargo, están sometidos a una continua agresión a la que parece imposible responder. Falta vigilancia. En las películas vemos que hay cámaras ocultas en muchos puntos de las grandes ciudades. Dicho instrumento permite identificar a quienes cometen delitos contra el civismo que, si bien no originan daños a las personas, lo hacen sobre nuestro patrimonio urbano. Entiendo que no son grandes fechorías, que quizás con amonestaciones bastaría, pero la imagen de la ciudad que transmiten es realmente lamentable.

La limpieza en las metrópolis debería ser asignatura obligatoria en Primaria. Si así fuera, quizás los mozos y mozas de mañana, niños y niñas de hoy, no dejarían en la calle vasos, botellas, restos de pizza y demás lindezas, ni se orinarían en donde se presente. Pero no son solo mozos y mozas los únicos que ensucian las vías públicas. Hace semanas, o meses, les conté que un señor que cogía el último cigarrillo de su cajetilla por la calle de Correos, la tiró al suelo. Y que una señora joven que iba detrás de él le dijo: «Oiga, que se le ha caído la cajetilla…». A lo que el hombre no respondió, pero sí que la recogió, pienso que avergonzado. ¿Y qué me dicen de la limpieza de los aseos, incluso en céntricas cafeterías? En una de ellas, hace unos días, vi en los servicios papeles por el suelo, líquidos que no sabes si es agua o lo otro, recipientes repletos de desperdicios, ausencia de higiene… Salvo excepciones, los aseos públicos son infectos. Excepción que abarca quizás los aeropuertos, los teatros y algún restaurante de postín...

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Mucho se dice de los males que asolan a la sociedad estadounidense, entre los cuales se cita las diferencias sociales en ciertas zonas, que quizás se entiendan como restos de una no muy lejana esclavitud; el alto costo de la medicina; la violencia en forma de tiroteos en colegios y supermercados… Pero les garantizo que, en mi treintena de viajes a aquel país, no he visto a nadie con la pistola al cinto, y sí calles sin papeles y aseos absolutamente limpios.

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