Este pomposo título no se refiere, ni mucho menos, a la excelente novela de Tolstoy, ni tampoco a su versión cinematográfica de King Vidor, y mucho menos a una serie inglesa más reciente que emitió una conocida plataforma. Nada de eso. Se me ha ocurrido ... este título como evidencia de la sociedad en la que vivimos en continua alteración, en continua agitación, que no para de crear conflictos, en guerras insufribles y paces relativas. Entre aquellas tengo que referirme sin duda a Gaza, ejemplo de cómo se justifica una represalia con cientos de niños y ancianos perecidos sin misericordia alguna; también está Ucrania (no se nos olvide) que, después de dos años de lucha, resiste malamente ante el gigante ruso que lo más factible es que termine por imponerse.

Publicidad

Ya saben, eso del pez grande que se come al chico. Del mismo modo debemos tener presente, aunque más de uno las desconozcamos, las guerras africanas, como la ya casi eterna de Somalia, la del Chad, o la más reciente en Nigeria, debido a un golpe de Estado en el pasado agosto. Y alguna más, que seguro que habrá. Todas ellas son guerras de sangre. Como las púnicas. Como las medievales. Como las mundiales del pasado siglo. Conflictos de fronteras, de ganas de dominar al contrario, de quítate de allí que esto es mío. Guerras en las que suele ser fácil posicionarse en uno u otro bando, según la manera de pensar de cada cual, aunque sean conflictos en los que mejor no saber lo que pasa, para poder respirar. Aunque esta sea una postura medrosa, motivada quizás por los medios de comunicación, que te ofrecen imágenes cada día de bebés llorando de manera desconsolada por la pérdida de la madre, viejos con piernas cercenadas por aplastamiento, u hospitales derruidos por las bombas.

Por fortuna, al menos en Europa, mi generación nunca tuvo que ir a una guerra salvo la muy local de Bosnia. Con la experiencia de las dos mundiales basta. En España, debido a la miseria y terror creado por los vencedores de la guerra civil, nadie se atrevió a mover un dedo en cuanto a coger un arma. Como digo, toda una suerte para mi generación, y para la de mis hijos, que no es poco.

Estamos hablando de guerras trágicas, es decir, de conflictos caracterizados por el derramamiento de sangre. Esas que, aunque siguen afectando a muchos países, permiten que otros estemos en paz. Pero esa paz, ¿es una paz real? Ni mucho menos. En estos días, y en este país de mis entrañas, estamos asistiendo a la penúltima edición (la última quizás se esté gestando y no nos demos cuenta) de una guerra que podríamos llamar dialéctica. Guerra en la que los dos bandos (resumiendo tendencias ideológicas) disparan con los labios, tiran balas de un diccionario canalla, se dan puñetazos virtuales, quedan aparentemente heridos aunque enseguida se sobreponen con la pócima mágica del 'tú más', en definitiva, se zarandean de manera inmisericorde, jaleados por medios de comunicación que encuentran en estas batallas materia suficiente para abrumar al personal. Esta semana, casi sin querer, hemos asistido a un sinfín de hostilidades en donde lo más insignificante que se han dicho haría palidecer a cualquier vecino, haciendo gala, unos y otros, de la mejor jerga canallesca.

Publicidad

Mi pregunta es ¿cómo lo pueden resistir?; por el dinero que cobran sus señorías, ¿merece la pena soportar ese continuo intercambio de golpes si no en pleno rostro, sí en plena conciencia?; ¿dormirán bien por las noches?; ¿tendrán pesadillas?; ¿lo harán por convicción o por escalar en el baremo del prestigio personal? Será por mi ancestral deseo de comodidad, por mi probada pachorra, para no hablar de santa resignación, cada vez me importan menos esos cruces de acusaciones, tan desaforados y tan ajenos a un mínimo sentido del pudor. Hablando en plata: no los aguanto. Menos mal que aún no han sacado las navajas de Albacete, ni los kalashnikovs rusos, pero, a este paso, mucho me temo que todo se andará. No aguanto a unos, por supuesto, pero a este paso me da que pronto no aguantaré tampoco a los otros.

De manera que casi sin querer se han unido los conceptos de guerra con bombas y guerra con palabras. Siendo la guerra, como dice el último Premio Nobel, el noruego Jon Fosse, en su mensaje del Día Mundial del Teatro de este año, una batalla «contra todo arte, contra la esencia más íntima de todo arte».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€

Publicidad