Desde tiempo inmemorial, hemos crecido a la sombra de los mitos. La civilización más culta y avanzada, como fue la griega, basó su existencia en la creación de relatos protagonizados por héroes, que influían en los humanos, en cualquier situación que se presentara. Este hábito ... siguió dándose en sucesivas culturas hasta llegar a nuestros días. Por supuesto que han cambiado, a veces de forma drástica, el sentido y forma de aquellos mitos. Antes, los héroes eran etéreos, inalcanzables, con hazañas que traspasaban siglos; ahora son deportistas, estrellas del cine y de la música, y se pueden ver en estadios, auditorios o pantallas. Nadie sabe cómo era el físico de Ulises o Edipo; ahora todos sabemos cómo se peinan Nadal o Shakira.
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Quizás en los tiempos de crisis es cuando aparecen los mayores cuestionamientos de los mitos. A finales del XVIII rodaron cabezas que mantenían anacrónicas monarquías, y en el XIX el materialismo negó nada menos que la figura de Dios. Era el principio de otra manera de ser y de pensar. Recordemos que nada más empezar el siglo XX, Valle-Inclán escribió una farsa, en la que la protagonista se enamora de un rey... porque una vez lo vio de lejos, montado en un espléndido caballo. Un día, ese mismo monarca llega de manera casual a la venta en donde ella sirve, y cuando lo ve de frente se da cuenta de que es bajo, gordo y con unas narices enormes. El mito se le derrumba. Cómo he pensado en esta metáfora cuando el rey al que admiraba por algunos gestos definitivos en nuestra historia reciente, de cerca mostró una moralidad imposible de aceptar.
Y es que la realidad es una cosa y la fantasía de los mitos, otra. Decía antes que los mitos de nuestro tiempo dan recitales que abarrotan recintos, hacen series que nos mantienen en vilo durante semanas, son políticos de reconocido prestigio (por decir algo), o simplemente salen en la tele en programas de máxima audiencia. Sin tener que conocerlos de cerca, los propios medios de comunicación nos informan de que no declaran a Hacienda lo que tienen que declarar, engañan a novias o novios el día antes de la boda, mueren de sobredosis en habitaciones de hotel, van tan ricamente a doscientos por hora en autopistas, o se fotografían con conocidos mafiosos de la zona. En ese momento, como por aquí decimos, se te caen los palos del sombraje. Estoy hablando de mitos de carne y hueso, no como Ulises, Edipo o Antígona, que estaban en otra galaxia.
Claro que la culpa de tanto mito caído es nuestra, que los fabricamos de buenas a primeras. Tenemos esa tendencia a mitificar todo lo que etiquetamos de famoso; hacemos largas colas para oír a un cantante o pedir la firma de un advenedizo o advenediza en la literatura, mientras que el poeta de prestigio se conforma con una docena de firmas al día. ¡Cuántas veces he visto que ha llenado el Romea un humorista del tres al cuarto, conocidísimo gracias a la tele, y apenas se cubre el patio de butacas con un drama de máxima relevancia! Son cosas de estos tiempos en que vivimos.
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Para rematar la teoría de los falsos mitos, me viene al pelo el 'caso Messi'. Ya saben ustedes: salió del Barsa porque no podían pagarle su elevado sueldo; se fue a un equipo francés en el que no estuvo a la altura que se esperaba; al acabar su contrato, se le ofrecieron varias posibilidades para seguir en activo un par de años más, siempre en pleno declive; los aficionados culés se entusiasmaron ante la posibilidad de que volviera a Barcelona y se retirara vistiendo los colores del equipo de su vida... Nanay. Se ha ido a Miami, a tomar el sol bajo los cocoteros, y cobrar un potosí por darle dos patadas al balón. Es el caso más palmario de mitos que no merecen la pena ser mitos. ¡Con el dinero que tiene, que cualquier mortal no podría contar por muchos años que viviera! Si hubiera querido ser un mito, habría vuelto al Barça gratis, diciendo: «Ya que me habéis dado todo lo que soy, os voy a recompensar con las últimas gotas de mi fútbol». Eso tendría categoría de mito; lo otro es el mejor ejemplo de la estupidez de las fantasías actuales.
Espero y deseo que ese otro mito emergente, nuestro Carlos Alcaraz, nunca deje de ser ese chico normal que dice ser. Mañana podría ser un mito.
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