Que nadie diga que este verano no hay entretenimientos más allá de sudokus, dameros, autodefinidos y crucigramas con que templan gaitas a diario no pocas personas lectoras de periódicos. Sólo tenemos que avanzar o retroceder páginas para encontrarnos con noticias de todo tipo. Es un ... estío movidito éste. Veamos algunos ejemplos de lo más floridos. No es normal que un candidato a presidente de un país tan grande y poderoso como Estados Unidos se baje del caballo en plena carrera hacia la reelección. No es normal. Le ha costado al muchacho, aunque se lo pedían desde sus propios comités. El pobre confundía a Zelenski con Putin, y llamaba Trump a su vicepresidenta. También ha dado de sí el tema de la Ley de Extranjería. Como quiera que no fue aprobada, los menores no acompañados procedentes de África siguen abarrotando los precarios espacios que se habilitaron en las Canarias para que puedan sobrevivir. El partido de la oposición no la ha votado porque no se había explicado bien la ley, porque no ha habido reunión previa con los presidentes de todas las comunidades, porque... porque no. Parece que sería mejor llamar a la Armada para acabar de una vez con esa panda de maleantes de piel oscura, que violan, roban y matan sin parar. Con eso se quedan tan frescos proclamando las virtudes patrias y su fe en Dios. Tampoco quedan atrás los Juegos Olímpicos de París, que llaman la atención a muchos telespectadores, incluso a los que no son aficionados a los deportes. Pero hay más tópicos del momento: el turismo y su beneficio económico, el 'caloret', el más o menos previsto regreso de un tal Puigdemont, que intentó que Cataluña fuera independiente y que, tras sus vacaciones pagadas en Waterloo, sigue creyendo ser el Moisés del pueblo catalán...
Publicidad
Todos estos asuntos, y algunos otros, palidecen ante la auténtica canción del verano, esa matraca que se repite y repite, entonada por un peculiar solista, acompañado de un sorprendente coro que hace suyo el estribillo de marras. Ese solista es un juez que apenas se despeina en el ejercicio de su profesión, que prefiere la acusación hipotética de unos que dicen tener las manos limpias, que los informes contrastados de la Guardia Civil. Dudoso sentido de la justicia la de este juez. Junto a él, protagonizan el caso la mujer del presidente, esposa que, en vez de dedicarse a sus labores, es de profesión emprendedora. ¡Ay, si se hubiera quedado en casa remendando calcetines! Por otro lado, aparece el susodicho coro de desalmados, que acusa con dudosas pruebas, ni falta que les hace en estas circunstancias con un magistrado como el citado. La intención no es otra que atacar, no a ella, sino al marido, que consiguió la presidencia del Gobierno gracias a los pactos, cosa que aún no ha sido digerida por sus adversarios. Hay otros personajes que no son moco de pavo. El jefe de la oposición, que le viene de perilla este río revuelto que el despeinado juez chapotea. En ese copioso reparto también está un tipo, condenado por violencia sexual a menores, miembro activo de Falange Española, pieza en la que se basa otro pilar de la acusación. Digo lo de tipo porque, siendo jurista además y profesor, fue condenado a más de dos años de cárcel por corrupción de menores. ¿A qué se debe que esta buena pieza aparezca por aquí? Porque es amigo del monitor de esquí que presentó a la protagonista y su marido, que, a su vez, presentó a un secundario de la presunta trama corrupta. ¿Entienden la estupidez? Menuda colección de botarates. Otro personajillo es un rector. Sí, un rector. Resulta que en ese potaje de porquería que remueve el ínclito juez, hay un hueco para poner en solfa un máster universitario. Cualquiera que haya dirigido un máster, o colaborado como profesor, sabe que los beneficios económicos que se pueden tener por esta vía ¡son ridículos! Si la falta es recomendar a alguien a que dé unas clases, en el pecado lleva la penitencia. En la universidad, señoras y señores, no se enriquece nadie. En la pública, claro. En definitiva, los argumentos, como pueden ver, no son otros que machacar al rojo ése que está en La Moncloa. No hay otra intención: llamar la atención por el ruido, no por la entidad del conflicto. Yo mismo he caído en esa trampa al hablar aquí de ese personaje, cuando lo mejor hubiera sido escribir un esperpento, con el permiso de don Ramón del Valle-Inclán.
Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.