A nadie se le escapa que los Premios Nobel son el máximo reconocimiento a personas dedicadas a las artes y las ciencias. No sólo la cuantía del galardón, sino su enorme difusión, los elevan a categoría de suceso extraordinario. Lo curioso del caso, y en ... esto no pretendo ser original, es que el señor Alfredo Nobel fue un ingeniero e inventor sueco del siglo XIX, que hizo inmensa fortuna por lo que se le calificó como 'especulador de la guerra'. Sus inversiones en acero y cañones lo llevaron a poner al servicio del consumidor la dinamita. Así como suena. Qué sería hoy el mundo sin los descubrimientos de Nobel... Alguna mala conciencia le quedaría al susodicho patriarca cuando quiso dedicar su enorme patrimonio a premiar a los mejores de todo el mundo. Esto lo estableció en 1895, uno antes de morir. En 1901 empezaron a concederse las primeras distinciones.
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Cuatro años después, alguien vinculado a esta región por el mucho tiempo que pasó viviendo y estudiando a la vera del Segura, consiguió el primer Nobel para un español. Se trata de José Echegaray; se lo dieron 'ex aequo' con el francés Federico Mistral, que escribió su obra en lengua occitana. De esto hace 120 años exactamente. Una efeméride que ha estado a punto de pasárseme, y que merece ser recordada. Con la pasta que recibió don José se pudo construir una casa en la madrileña calle de Zurbano.
Sin embargo, la pregunta que late tras el recuerdo de tan distinguido premio es quién demonios sabe hoy quién es Echegaray; quién recuerda siquiera una de sus obras; quién las representa; quién escribe una monografía sobre él u organiza un congreso para revisarlo. Nadie. Es como si no existiera. Incluso como si fuera un borrón en la historia de nuestro teatro. No seré yo el que inicie una campaña de prestigio sobre el autor madrileño, recriado en Murcia, ni quien anime a los profesionales de la cosa a reparar su memoria en los escenarios. La historia es implacable. No es el único escritor famosísimo en su época que, poco después, cae en el olvido. Si Echegaray ha desaparecido de las carteleras sus razones habrá.
No es fácil entender la mala prensa que sufrió un liberal que lo fue todo: dos veces ministro de Hacienda, reconocimiento como ingeniero en multitud de obras públicas y, en el teatro, estrenos continuados durante casi treinta años. Algunos de sus primeros dramas los firmó con seudónimo para no influir en el público desde su privilegiada posición política. Entonces, último tercio del siglo XIX, el teatro daba prestigio y dinero suficiente para poder compaginar la política con la escritura de dramas. Pero hay que valer, y servir, para decidir dar la espalda a los decretos y dedicarse a los versos. ¿Nos imaginamos a Pedro Sánchez o Núñez Feijóo estrenando en el Teatro Español?
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Que Echegaray fue contestado por sus contemporáneos, después de ser elevado a los altares del Nobel, lo prueba la cantidad de escritos de protesta que hubo en aquel 1904 por la concesión del Nobel. Y las continuas críticas que sufrió de los autores del 98. Pero, sin embargo, ¿qué autor actual ha sido esperado a la salida de un estreno, llevado a hombros al hotel de residencia, y llamarlo para que saliera al balcón a dirigir unas palabras, como pasó en Murcia, con motivo del montaje en el Teatro Romea de una de sus obras? Ningún estreno actual es capaz de parar el transcurso de una sesión del Congreso, como lo hizo Echegaray, al tiempo que llenó de debates y discusiones los ambientes culturales de la época. No creo que nuestros bisabuelos fueran tontos; algo habrá cambiado en la recepción del teatro y, por supuesto, en la sociedad española, por no decir en la mundial.
Echegaray, como continuador del drama romántico, lo acomodó a las clases burguesas de su tiempo, para hablar de pecados y pecadillos de sus coetáneos. Quiso ser el Ibsen meridional, pero se quedó en cronista de una época que envejeció tan rápidamente como las chisteras que dieron nombre a aquel tipo de comedia.
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Hace unos días, el Ayuntamiento y el Colegio de Ingenieros de Murcia rindió un homenaje a Echegaray en el Salón de los Espejos del Teatro Romea. Ignoro de qué se habló. Sí creo que nadie del mundo del teatro fue invitado al acto. Y el Nobel se lo dieron por la carátula, no por el compás y el cartabón.
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