El otro día soñé que un presentador de televisión, llamado algo así como Roberto Legal, presentaba el programa más veterano de la pequeña pantalla de todo el mundo. Como el pobre iba en silla de ruedas, dada su avanzada edad, dos ayudantes lo pusieron en ... el atril del plató. Precisamente empezó diciendo que ese día cumplía noventa años. El programa terminaba con una prueba que llamaban El Rosco, en donde lo esperaban dos concursantes. Uno se llamaba Rafa, más o menos de la edad de Legal, quizás por eso iba con andador. El otro, de nombre Orestes (como el hijo de Agamenón y Clitemnestra, que dio origen a la famosa 'Orestiada'), algo más joven, se destacaba por una larga y copiosa barba blanca.

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Lo bueno del caso es que, dichos concursantes, llevaban ¡setenta años contestando las preguntas del susodicho rosco!, sin que ninguno de ellos venciera a su rival. Pero como superaban siempre lo que llamaban 'la silla azul', peripecia por medio de la cual un nuevo participante se enfrenta al que perdía el día anterior, pues eso, que tanto Rafa como Orestes siguieron compitiendo a lo largo de los años. Algún tuitero leí que decía que los nuevos aspirantes no tenían el nivel exigible. Muchos de ellos eran extranjeros que no dominaban el idioma, o señores y señoras que fallaban a las primeras de cambio. La posición en los niveles de audiencia indicaba que la gente prefería seguir con Rafa y Orestes, Orestes y Rafa, por muy vistos que estuvieran. Quiero recordar que el programa de mi sueño era el dos millones trescientos ochenta y nueve mil; y que el bote acumulado alcanzaba la cifra de diez y nueve millones de euros o algo así. Cuando a uno de dichos concursantes, no recuerdo bien cuál, le faltó una palabra para conseguir el bote, me desperté. Qué rabia que me dio. Tenía la impresión de que, por fin, iban a ganar el concurso, no me pregunte usted por qué. No sé. Las miradas quizás, las ganas de contestar, la cara del veterano presentador... y, sobre todo, el mucho tiempo que duraba el bendito programa.

De haber vivido Sigmundo Freud hubiera hecho un rápido viaje a Viena para preguntarle el significado de ese mi sueño. Incluso estoy seguro de que el doctor Valenciano, excelente psiquiatra donde los hubiere, algo me habría aclarado al respecto. Pero me he visto huérfano de referentes que me desentrañen el curioso sueño. Referentes de prestigio, intelectuales, gente lista, sabia, que me pudiera ayudar en el tema. Y bien que lo lamento.

El muy puñetero le había dado al 'rioja', para paladear mejor no sé cuántos trozos de pulpo

Desesperado, o un poco desesperado, me fui al bar de la esquina a tomarme una caña con marinera, y mire usted por dónde me encontré acodado en la barra a mi amigo Pepe, que sin ser entendido en esta materia, ni en muchas otras, maneja lo que antes llamábamos una gramática parda capaz de pasmar al más pintado. Oyó mi perorata sin pestañear, y cuando creía que finalmente me iba a mandar a tomar viento, me dijo que si le pagaba la pella que debía, tendría contestación. El muy puñetero le había dado al 'rioja', para paladear mejor no sé cuántos trozos de pulpo, y al menos media docena de langostinos de Águilas. Sin embargo, la cuenta mereció la pena, a tenor de sus palabras.

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Déjate de tonterías, me dijo, uno sueña con lo que quiere aspirar. Tú, que estás loco con ese dichoso programa, imaginas que va a durar toda la vida. Y a lo mejor tienes razón, aunque no deje de ser un sueño. Pero mira el Tamames ese. A su provecta edad, aspira a ser presidente de gobierno con los que anatemizó de joven maduro, siendo un comunista tan cabal como fue. Mejor dicho, no es que aspire a ser presidente de gobierno; sueña con serlo. Pregúntaselo si no. Verás lo que te dice. Menudos tíos listos los que se lo han propuesto. No te digo todo lo que han conseguido con ese movimiento porque me indigno. Claro que lo peor de todo es que nadie le ha dicho al veterano economista algo que don Pedro Calderón nos advirtió hace casi tantos años como llevan Rafa y Orestes dale que te pego. Que los sueños, sueños son. Lo cual hay que contrastarlo con la no menos famosa frase de Próspero, el protagonista de 'La tempestad', con eso de que «somos de la misma sustancia que los sueños» a lo que yo añadiría: unos más que otros.

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