El pasado febrero tuvo lugar la presentación institucional del primer volumen de un estudio llamado '40 años de Autonomía en la Región de Murcia 1982-2022'. A éste, denominado 'Economía y Sociedad', le debe seguir el II, 'Política y Gobierno', sin noticia aún de su ... aparición. Ambos constituyen una monografía que encargó nuestra Comunidad Autónoma a la Cátedra de Políticas Públicas de la Universidad de Murcia, dirigida por el profesor Antonio Garrido. Éste, a su vez, ha repartido juego (un proyecto así siempre es coral), delegando en el catedrático Antonio Sempere y en el economista Ramón Madrid la coordinación de cada una de las partes del citado volumen I.
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Traigo esto a colación por dos razones: la primera, porque el pasado viernes se produjo la presentación académica del mentado volumen I; la anterior fue la institucional, con la presencia e intervención del presidente de nuestra Comunidad. Entonces, se oyeron voces desde la mesa; ahora ha habido turno de palabras para todo aquél que quisiera opinar. La segunda razón es que a este columnista le encargaron el epígrafe sobre las artes escénicas, dentro del capítulo dedicado a la cultura, al lado de otras parcelas como educación, medios de comunicación, sanidad y relaciones laborales. Toda una responsabilidad.
Esta introducción resulta necesaria para conocer el punto de partida de una obra como la citada, unos capítulos como los citados, y unos epígrafes como los citados. Ante la nueva presentación, me pareció conveniente repasar lo que había escrito hacía dos años. No porque se me hubiera olvidado, sino porque esos dos años de diferencia entre redacción y publicación podían desvelar algún desajuste, en forma de parecer un tanto anticuado el análisis en apenas ese lapso de tiempo. Dos años, en efecto, quizás necesitaran algún cambio de perspectiva. La realidad es que no se ha producido, al menos en el terreno de la cultura, ninguna novedad digna de mención; si acaso, una prolongación aumentada de lo sucedido en aquellos 40 años. Cuando Antonio Sempere, en su ejemplar introducción al capítulo, resume lo escrito por mí, dice que en ese período analizado le concedo a la cultura de la Región un «notable (más por la categoría de los artistas que por las políticas culturales)». Indica también mis reparos a que, en no pocas localidades de la región, las actividades sean estacionarias, sin continuidad a lo largo del año. Hoy, leído ese epígrafe, reconozco que, en el momento de redactarlo, no supe encontrar un motivo claro a esa precariedad de la cultura en Murcia en los últimos años. He necesitado ese tiempo para reparar en que buena parte de los problemas procede de su vinculación con el turismo. Al menos desde 1995, y bajo el gobierno del partido conservador, la cultura ha ido de la mano del turismo, como si alguien hubiera pronosticado el poco tirón que tendría en el siglo XXI el teatro, la música o las exposiciones, incapaces de generar una sólida economía de mercado por sí solos. Pedro Alberto Cruz fue un convencido de que las vanguardias y un nuevo espíritu estético lograrían por ósmosis empapar el tejido cultural de la región, apuesta valiente, nadie lo puede negar, ya que con la invención de Manifesta 8, SOS 4.0, Adicrea; equipamientos como La Conservera, o impulsos al Centro Párraga y a la Filmoteca regional, evidenciaba que las competencias de turismo (y deportes) podían ir junto a la cultura. Fue el primero que unió todas esas atribuciones. Los dos consejeros anteriores, también del Gobierno del PP, eran de Cultura y Educación. Otros tiempos. Fue una apuesta tan noble como baldía: bastó una crisis económica para que el castillo de naipes se derrumbara... en perjuicio de la cultura.
Esa sumisión del hermano rico (turismo) al pobre (cultura), para auxiliarlo económicamente, origina circunstancias tan caprichosas como una superabundancia de festivales, grandes acontecimientos, escenarios de continuo quita y pon en calles y plazas... Fíjense que a la gestión de ese medio se denomina 'industrias culturales'. El ejemplo más palmario de la deriva que ha alcanzado el tema es el Museo del Teatro Romano de Cartagena. Nada resume mejor la situación a la que han desembocado estos cuarenta y tantos años de cultura: un espacio fastuoso dedicado más al turismo del siglo XXI que al arte dramático del siglo I. Esto, y la acumulación de grandes 'eventos', explican lo que, no hace mucho, exponía en esta columna: la diferencia entre el chaparrón y la lluvia fina, tan pasada de moda en estos tiempos que vivimos.
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