Aún recuerdo las navidades de mi infancia acompañadas con la inigualable voz de humo del cantante Raphael, sus canciones acompañaban a unos días con mucho frío y la llegada de una magia un tanto desigual por parte de los Reyes Magos. El día de San Antón, en vez de ir a la escuela, los zagales nos abrigábamos tras la mota del río armados con nuestras escopetas de caña, esperando la llegada del enemigo para pillarlo por sorpresa. Para la contienda solo precisábamos un trozo de caña y mucha paciencia y precisión para ir tallando las improvisadas armas de fuego. Bueno, y también los bocadillos que nos habían preparado nuestras madres, no sé si para celebrar la victoria o las Fiestas: 'Hasta San Antón, Pascuas son'.

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Mientras tanto, nuestras familias reprimían sus ansias de consumo a fuerza de no tener ingresos para llegar a final de mes. Así que vivíamos ajenos a un sistema económico centrado en el 'Dios dinero' que necesita saquear la naturaleza para sostener el ritmo frenético de consumo que le es inherente.

Entonces, todavía no se había inventado la economía circular porque la practicábamos todos los días. Una injusticia porque impedía la proliferación de profesores de universidad que publicaran artículos sobre este tema tan interesante.

El apthapi es una celebración colectiva aymara en la que se comparten alimentos y saberes

En concreto, en estos días mi padre me liberaba de sacar a pastorear las cabras (una labor en la que había que estar pendiente de que solo se comieran las hierbas y no los cultivos). Sin embargo, no me escapaba ni queriendo de la rutina diaria de echarles los desperdicios del día a los cerdos y, si tocaba, limpiar las cuadras. El estiércol lo mezclábamos con la paja de la cama de los animales y lo amontonábamos en un rincón del huerto donde, antes de cubrirlo, aplicábamos las mejores técnicas químicas para su descomposición y degradación, así como su adecuada cocción. Con él abonábamos la tierra que nos daba de comer.

En la actualidad, entre la sociedad occidental predomina de manera generalizada la cultura del consumo, aquella en la que destaca el lema de 'comprar, tirar, comprar', convirtiendo cada producto adquirido en basura, excluyéndolo por completo de una nueva vida para un segundo uso. Generando así un grave problema en muchas familias que se dedican a plasmar en su cotidianidad esta cultura, sin pensar que quizás no sean capaces de llegar a final de mes entre tanto gasto innecesario, que únicamente aporta una felicidad efímera.

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A esto se le llama la cultura del descarte, que hace referencia a los objetos que usamos y tiramos sin mayor miramiento, una cultura que lo convierte todo en basura inservible, un proceso que se parece mucho al trato que se le da en el presente a muchas personas. En concreto, a aquellos hombres y mujeres en riesgo de exclusión, migrantes, sin hogar, personas con discapacidad intelectual, física y orgánica... En fin, que lo hacemos todo mierda y por eso ahora se habla tanto de hacer un uso más racional de las cosas, así como de aplicar técnicas restaurativas y regenerativas a las cosas que estropeamos. ¿Y a las personas?

A mi juicio, se trata de cultivar afectos. Empezando por nosotros mismos. No olvidando de dónde venimos. Y volver a querernos como la mejor manera de respetar a quienes nos rodean.

Tenemos que restaurar y regenerar la cultura de la solidaridad y la reciprocidad. Algo así como aquello que me contó mi sobrina Luna –valoro mucho su modo de mirar el mundo– sobre el apthapi, una celebración colectiva aymara en la que se comparten alimentos y saberes. Para algunas culturas andinas, el Ayni es el principio esencial de reciprocidad, una costumbre ancestral que se basa en devolver lo que se ha recibido y recibir como devolución lo que se ha dado.

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En fin, algo así como los cuidados de buena vecindad que me retrotraen a los mejores retazos de las navidades de mi infancia, las imágenes del día de la matanza cuando mi madre me enviaba a hacer partícipes a los vecinos y amigos del 'presente': un trozo de tocino, un hueso de espinazo, morcilla, lomo y alguna otra cosa. Y cuando ellos mataban también nos enviaban el 'presente' a nosotros. Y así todos comíamos fresco unas cuantas veces al año.

Un amigo mío le llama a todo esto economía circular e inclusiva y dice que este nuevo paradigma (es muy listo) puede ser una de las últimas oportunidades de supervivencia del 'sapiens'. Por cierto, se me olvidó preguntarle si se refería al 'Homo sapiens sapiens' o se trataba de una metáfora literaria del libro de 'Sapiens (De animales a dioses)' de Yuval Noah Harari.

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