De la antigua Grecia heredamos la democracia y el teatro. Los actores, cuya moral fue cuestionada en el pasado y estigmatizada por las clases pudientes, ... hoy han llevado su actuación más allá de los escenarios. En el fútbol, por ejemplo, el espectáculo crece cada día fuera del estricto ámbito del balompié. Las croquetas, las agresiones simuladas y otros artificios se han convertido en recursos habituales para que los jugadores consigan el favor del árbitro y del VAR.
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También en el Ejecutivo nacional hemos visto este tipo de representaciones. Basta con recordar la rueda de prensa de la semana pasada tras el Consejo de Ministros, donde la portavoz y la ministra de Trabajo escenificaron su desencuentro en torno al IRPF aplicado al Salario Mínimo Interprofesional (SMI).
Esta actuación, de pésima calidad, deja en evidencia la falta de coordinación entre las distintas carteras ministeriales. En este mundo distópico, proliferan los malos actores y el mal teatro, porque el engaño y la picaresca son premiados. El ruido se impone sobre la verdad y las acciones genuinas.
Vivimos entre falsas noticias y representaciones teatrales en el escenario de la vida. ¿Estos nuevos teatros contribuyen a un futuro social mejor o solo incrementan la falsedad como norma de vida?
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