Dado el miedo a la libertad, del cual nos informa sabiamente Erich Fromm en su libro de 1941 (con el título 'El Miedo a la ... Libertad'), hay «mecanismos de evasión», uno de los cuales es el que denomina «conformidad automática»: la persona no piensa, siente y actúa 'per se', sino que delega estas tareas en otro (líder político, gurú sectario o sacerdote de cualquier religión), y comienza a pensar, sentir y actuar como de él espera tal líder que lo haga.

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Es un proceder que podemos expresar en términos de narratoplastia. Esos otros a los que entregamos nuestra capacidad de tener pensamiento propio y espíritu crítico nos moldean 'ad libitum'.

El miedo conduce al individuo a entregar su relato a instancias externas, de tal modo que esas determinan qué hay que decir y qué callar, cómo comportarse, qué reglas hay que seguir...

En suma, a quién hay que obedecer para seguir recibiendo un sentido en esta vida.

El miedo paraliza y, tristemente, acaba con la identidad propia de cada cual. Esta se vende al mejor postor (como es el caso de las sectas destructivas, con su correspondiente lavado de cerebro).

La sociedad mundial consta de millones de seres que no dan ni un paso ni pronuncian un sonido sin la aquiescencia de un ídolo hecho con pies de barro, el barro del miedoso.

Quien padezca narratoplastia, debería hacer, para sí mismo, un acto heroico: acudir a las distintas psicoterapias que los psicólogos hacen a este respecto, en orden a devolver al paciente su ser y la fidelidad que hacia él ha de guardar.

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Son psicoterapias difíciles, pero si se persevera en el proceso, merece la pena, pues por cada éxito entre el terapeuta y su paciente, hay un ser libre más. Es entonces cuando los ídolos se derrumban.

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