Allá por el año 2003 leí un artículo periodístico que me dejó profundamente aterrorizado. Dibujaba el mapa climático mundial en un futuro a corto y ... largo plazo. Esa profecía del autor se ha cumplido: la dana ocurrida el pasado mes de octubre en Valencia es solo un caso de los muchos que le quedan por vivir a la especie humana.
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Desde aquel año 2003 hay veranos más tórridos aquí, en mi querida Región de Murcia. Alguien argumentaría que es normal porque nuestra zona es semidesértica.
¡Es que la temperatura, ya de por sí tórrida, ha aumentado! ¡Es hipertórrida!
En 2022, los expertos del CSIC ya barruntaban una canícula más calurosa. ¡Y volví a aterrorizarme! Sobrevivimos. Y acerca de los años 2023 y 2024 anunciaban aumentos de temperatura espeluznantes. Uno de aquellos expertos se pronunció en estos términos: «Este verano de 2023 es el último verano fresco que nos queda». Y llegó 2024. Ya ven: aquí estamos.
¿Cómo será este 2025? Se han alcanzado ya temperaturas superiores a 45 grados centígrados, pero aumentarán en sucesivos estíos.
La especie humana, esa mano que, según Santo Tomás de Aquino, es «el instrumento de los instrumentos», es la culpable de lo narrado hasta ahora. De ella depende que sigamos padeciendo los desastres de la naturaleza o que quepa la posibilidad de un armisticio entre el ser humano y aquella. ¿Firmamos la tregua o seguiremos muriendo hasta nuestra extinción?
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Si continuamos desafiando a la naturaleza, perderemos. Los culpables deberían emitir la correspondiente anagnórisis y, posteriormente, ser condenados a altas penas de prisión por todo ese mal causado.
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