El lenguaje vacío, el ruido, la desinformación se han instituido en la comunicación y por supuesto en la política. Se hacen discursos redundantes, pero vacíos ... en su contenido. Esta parece ser la propuesta e intenciones para este año de algunos de los que tratan de regir la política de nuestras instituciones. Cuando se dirigen a un grupo generalizado se expresan con un cuidado extremo para no herir la sensibilidad de los receptores.
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Sin embargo, cuando se trata de dirigir las instituciones su comportamiento es denigrante, no respetan al de enfrente y de antemano se salen de lo preestablecido de una manera feroz para dilucidar las cuestiones que competen a todos. Entonces es cuando faltan al respeto e insultan al resto de sus conciudadanos. El lenguaje nos es imprescindible para convivir en una sociedad, aunque la comunicación no es siempre un proceso claro y fluido. Y el lenguaje político tradicional no llega adecuadamente a sus destinatarios.
Un gran político estadounidense del siglo XIX dijo lo siguiente: «Hay momentos en la vida de todo político en que lo mejor que puede hacer es no despegar sus labios».
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