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Mi garrofero

JOSÉ SOLANO MARTÍNEZ

Miércoles, 30 de abril 2025, 01:02

De niño siempre había pensado que atacar a un animal era un acto de cobardía, salvo cuando se hacía en legítima defensa. Sin embargo, ya ... de mayor, he comprobado que los humanos son capaces de cometer las acciones más deleznables que a ningún chiquillo se le pasaría por la cabeza. Cuando se trata de animales, en la mayoría de los casos, cabe la posibilidad de que puedan huir, pero cuando hablamos de árboles, la agresión puede ser continuada en el tiempo, sabiendo que permanecerá en el mismo sitio. Cuando en la primavera de 1975 mi padre compró un terreno a su prima Jerónima, fuimos toda la familia a ver el gran garrofero que sus ramas abarcaban diez metros de diámetro. Con los frutos que le recolectamos ese año, se pagó el 15% de lo que había costado la parcela. Sabiendo la alternancia de la producción del algarrobo, o sea, cosecha abundante un año y escasa el siguiente, en unos lustros, el gigante de La higuera de Torres, pagó el solo el total de la compra. Durante algo más de un cuarto de siglo, Juan y su familia presumieron de tener el árbol de cultivo más grande y frondoso de la zona. En cierto modo, así podría haber sido hasta el momento presente, de no haber sido por la llegada de la agricultura intensiva y los ataques despiadados de grandes dosis de glifosato. De los 1.500 kilos de garrofas que le recolectamos en 2004, en la primavera del año en curso solo luce un ramillete de algarrobas mientras su tronco venteado resiste las acciones antrópicas en su tercer siglo de vida.

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