Me decía mi amigo Carlos que llevamos cuatro semanas de Cuaresma y parece que se ha perdido la esencia de antaño. Se prolongan los carnavales ... sin fin. El Miércoles de Ceniza, donde la quema de las palmas bendecidas, durante el Domingo de Ramos del año anterior, se obtienen esas cenizas, que son las que el clero señala en la frente, para recordarnos, ni más ni menos, que eres polvo y en polvo te convertirás, y para que nos demos cuenta que estamos de paso.
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Bueno pues es ese día cuando comienza los cuarenta días del ayuno de Jesucristo, que es la esencia de esta celebración. Hace unos años en estos días la música que se escuchaba por la radio era clásica, religiosa y de marchas procesionales; en las salas de cine las películas que se proyectaban eran de motivos religiosos o de dibujos animados; en los billares, en las mesas se cruzaban los tacos, que dormían así, hasta el Domingo de Resurrección. Los juegos de apuestas hacían el mismo paréntesis. Todo esto era lo establecido.
El ayuno estaba presente. El Miércoles de Ceniza y todos los viernes. Comer carne era permitido a los enfermos. Dulces, bebidas y tabaco entraban como preferentes en las penitencias. Aguantar los 40 días sin fumar, para los fumadores, era un logro, aunque en el tiempo de espera iban comprando cajetillas para volver al vicio cuando la penitencia se cumplía. Eran normales las visitas a la iglesia en estos días, que se prolongaban hasta la noche. Los redobles de los tambores se escuchaban todas las tardes, como ahora, anunciando la proximidad de la Semana Santa. Se iban comprando caramelos, no tantos como ahora, para el nazareno de casa, con la ilusión que solo un cofrade conoce de ir preparando todo para el acontecimiento esperado durante un año.
La vesta del año anterior, si el zagal había dado un estirón, era necesario sacar un poco del largo, para ajustarlo a su medida actual. Cuando se acercaba la Semana Santa iban exponiéndose en las iglesias los pasos con sus imágenes, donde se iban limpiando, repasando los componentes, como la iluminación, los dorados... Las visitas para ver las imágenes era motivo de interés. Se iba de una iglesia a otra y al día siguiente se continuaba. Estos días tan entrañables, donde la oración, el ayuno, aparte de abstinencia, hace un efecto positivo en la salud. El prestar ayuda a quien lo necesita, de la manera más diversa, como enseñar al que no sabe, dar alguna sugerencia, compartir alegrías y, lo más fuerte, perdonar.
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Todo ayuda para entrar de lleno en la semana más crucial del cristianismo, que es recordar lo que hemos recibido en nuestra niñez y comprometidos seguimos haciéndolo con pleno convencimiento. Y así transmitir estas costumbres, que a pesar de esa mezcolanza entre fiesta y religiosidad, tiene una profunda tradición que se vive con mucha fe y pasión.
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