Hace tiempo que huyo de los individuos que tosen o estornudan, y cuando me encuentro a uno de ellos que suelta por su boca los ... patógenos que yo no me merezco, huyo como el mismo diablo cuando le ponen delante la cruz. Y no es porque yo sea rarito, ni enfermo imaginario, sino porque la última vez que cogí un catarro fue en Madrid, posiblemente en un autobús, con todo cerrado y yo, pobre de mí, sin mascarilla.
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No quiero pillarlo otra vez, porque lo pasé tan mal como cuando a Juanito lo pillaron con las manos en la masa robando en el supermercado, y me he vacunado, y me tomo mis precauciones procurando no pasar frío, saliendo bien abrigado a la calle. Pero no puedes luchar con todo lo que te sale al paso.
Tengo que comprar unas pastillas para la tensión arterial, y no tengo. No quiero que el corazón se me infarte, ¡y yo, sin tener el cacharrito ese del desfibrilador en mi casa, que me salve la vida! Así, que, cojo la burra de tres ruedas, y despacito, despacito, voy a la farmacia. No está lejos: a unas cuadras de aquí de donde yo vivo. Me bajo de la burriquilla, la ato a una reja, que aunque está vieja, tienen muchos pretendientes, y entro en la farmacia.
No hay nadie. Viene la auxiliar que me pregunta qué quiero. Le digo que Aprovel y Coroprés, pero que no sean de laboratorio catalán. Una manía que tiene uno. No quiero que Puigdemont se pague la independencia con mi dinero. Coge la señorita las recetas, y sin venir a cuento, me pega un estornudo en todo lo alto, más grande que un tornado. Me voy corriendo al otro lado del mostrador para huir de los patógenos.
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Me tranquilizo de haber podido escapar. Vuelve con los medicamentos, y se viene a donde estoy yo. ¡Santo Dios! Y me echa la segunda 'rociá' de lo mismo. Parece que me ha caído el relente de la noche encima. Me da algo. No respiro. Casi me ahogo, y antes de irme, le digo: «¡Señorita, está usted buena! ¡Cuídese, por Dios!
«¡Será el tío guarro lo que ha dicho!». Escucho cuando salgo a toda pastilla para mi casa, mientras me sueno la nariz para que se vaya lo que podía haberse alojado dentro. ¡Y a esperar a ver qué pasa!
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