Eso dijo el dictador en uno de sus últimos discursos, antes de morir en noviembre de 1975. Que todo quedaba atado y bien atado. La ... muerte de Franco no nos trajo la libertad ni la democracia; trajo la zozobra a toda la sociedad española ante lo desconocido que se avecinaba. Pero poco a poco se fue deshaciendo el nudo de lo atado, gracias a la valentía y el deseo de paz y entendimiento que nos alentaba.

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Y gracias a ese espíritu se llegó al consenso en lo fundamental y nos dimos, en diciembre de 1978, una Constitución, norma suprema del ordenamiento jurídico español, que en su preámbulo decía que «la nación española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía, proclama su voluntad de: garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las leyes conforme a un orden económico y social justo».

A mí no me importa si alguien quiere celebrar la muerte del dictador, pero, por favor, no le añadan más adjetivos a esa celebración. ¡Ah!, y espero que con el mismo ímpetu –o mayor– se empiecen a preparar ya los fastos para celebrar como se merece el cincuentenario de la llegada de la libertad y la democracia a nuestro país, en diciembre de 2028. Y en manos de todos está que nos duren mucho tiempo.

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