Es interesante observar cómo se actualiza el mensaje político para adaptarlo a las circunstancias, modernizarlo, suavizarlo y colocarlo en posición de llegar al público. Marcas, títulos o eslóganes irrumpen con la fuerza intensa de lo nuevo. Esto la izquierda lo hace bien, si algo no ... sirve o ya ha cumplido su función se cambia con la facilidad y la rapidez de un clic y nace algo distinto y original. A la derecha le cuesta más salir de su doctrina liberal reconocida. Normalmente la estructura ideológica, pesada e incómoda por falta de preparación, se intenta explicar en mensajes cortos. Pero en esta nueva manera de hacer política es el mensaje corto el que explica la nueva ideología, lo que evita enredos e instrucción. El político no debe ser importunado en su conocimiento. Mientras a los partidos tradicionales les cuesta encontrar la frase impactante por estar sometidos a la calificación conocida, las nuevas tendencias populistas de los extremos atinan con el bofetón directo y resultón que ilusiona a la parroquia. La inmediatez del cambio exige o una gran fortaleza mental para evitar la paranoia o una cierta debilidad en el raciocinio, porque ser lo mismo y ser diferente puede dar lugar a episodios de esquizofrenia difícilmente combatibles.

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El fin lógico es convencer de las bondades del proyecto político, basado siempre en el futuro desconocido, prescindiendo de trayectoria, resultados, hechos y actitudes pasadas. En unas pocas palabras vuelcan lo que amablemente quieren escuchar los que se autoperciben seguidores. Da igual que sean fantasías imaginativas o directamente falsedades aparentes. Esto el partido socialista, sector renovado, lo hace con desvergüenza y descaro, como si se tratara de anuncios televisivos, obligando al resto a transitar por su camino minado, teniendo que negar lo obvio, defendiéndose de lo absurdo y descomponiendo su propio mensaje, si lo tuviera. Nunca los mensajes son importantes, pues esos hay que mantenerlos ocultos y lejos de la opinión pública para no resbalar y quedar al descubierto. Son ocurrencias lo más simples posible, marginales, inocuas, pero ofensivas, que machacan con malicia. Observen a los ministros socialistas cómo desparraman el mensaje del día y guían a la oposición. Y lo hacen con una sonrisa, mientras los otros ponen cara de perro apaleado. Han conseguido ser gobierno y oposición, izquierda y derecha, verdugos y víctimas. Tiene mérito, desde luego, que un gobierno acorralado de incompetentes y poco preparados mienta con alegría y cachondeo y maneje la agenda política, como dicen los cursis.

Hacer leyes chapuceras sin advertir las consecuencias, da igual, lo sustancial es el título de la ley, ¡y basta!, con una palabra o un eslogan destacado es suficiente. Primero la propaganda y ya, si acaso, el texto que no interesa por ser pura verborrea legal. O hacer promesas que saben que no se van a cumplir, da igual, a quién le importa, lo sustancial es el espíritu de la promesa y la visión. Que hay que hacer viviendas para alquiler, se hacen. Que hay que transitar a la energía verde, se transita. Que hay que acabar con la corrupción, se acaba. ¿Cómo? Da igual, ya está hecho, pongámosle un poco de imaginación. Es una cuestión de autopercepción: lo que siento que está hecho, está hecho, ¡y basta! Que la pobreza y la precariedad es un problema, pues digamos que es un privilegio. Que el paro es una lacra social, pues digamos que es una bendición y un regalo para vivir la vida con plenitud. ¿La inflación? Cosas de la derecha capitalista neoliberal. ¿La deuda pública? Sandeces de integristas económicos. ¿Marruecos? Un buen amante y amigo. ¿El Sáhara? Un desierto. ¿Ceuta y Melilla? Dos puntos rojos. ¿Tito Berni? Un hombre de los de antes, como ya no quedan. ¿Los nacionalismos excluyentes? Socios que conocen España. ¿El plan hidrológico nacional? Agua mineral. ¿los efectos de la Ley Trans en el deporte femenino? La petanca no tiene sexo. ¿La derecha? La culpable de los males de España ¡Y basta! Lo importante, de verdad, es desenterrar paquetes y televisarlo.

Perderán las elecciones, si no hay ningún acontecimiento sorprendente en el último minuto

En toda esta lógica racional, legítima e innegable hay un fallo y es que yo me autopercibo millonario y quiero mi ley: «Ley para la igualdad real y efectiva de los millonarios sin un duro y para la garantía de los derechos económicos y sociales», llamada ley de capital fijo y resiliencia social. Y quiero mi parte de los presupuestos porque estoy harto de ir al supermercado con la calculadora, a la gasolinera con la tarjeta llena de dudas y a pagar impuestos con los pantalones bajados. Millonarios autopercibidos uníos (MAU+).

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Perderán las elecciones, si no hay ningún acontecimiento sorprendente en el último minuto, recuerden la tragedia del 11-M y sus consecuencias políticas posteriores, que hoy todavía es imposible saber qué demonios pasó. Y las perderán con alegría porque el trabajo ya está hecho, el socialismo destruido, lástima, y la derecha acojonada. ¿Y España? Una entelequia, una fantasía histórica, el nirvana lgtbiqplusplus, una autopercepción incómoda o un oasis sin agua.

O, quizás, un país que a pesar de sus gobernantes sobrevive y recuerda que un día fue un imperio. Algo que celebrar.

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