El problema del opinador, como es mi caso, es que llega un momento en que cree que su opinión es relevante. Y no. Y que su visión de la política es transcendente y, por tanto, es compartida por la mayoría, no ya de lectores, que ... son pocos y huyen, sino de todos los votantes. Y no. Yo creía inocentemente que era conveniente un cambio de gobierno porque nos estábamos metiendo en una rueda macabra de despropósitos innecesarios, de enfrentamientos vacuos y de aventuras ociosas. Ya dije que ningún gobierno ha sido bueno ni ningún gobierno será lo suficientemente bueno, sea de la tendencia que sea, porque se prescinde de la realidad para someterla a la ideología que es un cajón cerrado del que ni entra ni sale idea alguna. Todo lo convencional se transforma visualmente a través del mensaje para permanecer inalterable. Liberales y socialistas arreglan los mismo y corrompen igualmente.

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Como ya señalé, en el último ejercicio de gobierno había dos líneas distintas y separadas por las cuales el votante que, digan lo que digan, es sabio, habría de decidirse. Por un lado, la acción económica, que no ha sido ni mejor ni peor que las anteriores: más deuda, sí, pero también mayores ayudas para los más desprotegidos y para los pensionistas, que seguramente son los que han evitado la caída del voto a la izquierda. Y si la política económica no interviene claramente en el debate electoral, y no interviene porque inflación y tipos de interés nos vienen dados por el mercado, mientras se mantiene el crecimiento, entonces la derecha liberal tiene poco margen de maniobra. Hablo de política económica, no de política fiscal, de la que se habló poco y se tergiversó mucho, dándole vueltas a los ricos, que se ríen de la propaganda y nos dejan a la clase media, profesionales, autónomos, pequeños y medios empresarios, funcionarios y trabajadores dependientes, apechugar con los costes del gran Estado.

La otra línea diferencial era la puramente política. Y aquí si había motivos de crítica por la incompetencia, la ignorancia, el secretismo, el sectarismo, la corrupción, el nepotismo, el despilfarro, el desorden, la prepotencia, la mentira, el subterfugio, la ocultación, el acaparamiento y la manipulación. Creí yo motivos suficientes que justificaban un cambio de gobierno. Pero no. Los votantes, con razón, optaron por mantener equilibradas las fuerzas de bloques sin darle especialmente ventaja a ninguno, aunque uno ganara y el otro perdiera en votos. Porque lo importante es el poder, aunque sea enrevesado y diabólico, porque como decía Pérez Galdós en 'La Corte de Carlos IV', «las ideas primeras siempre son el engrandecimiento personal y el ansia de adquirir honores y destinos. En esto se reconoce la sangre española. Siempre hemos sido lo mismo».

Con este resultado electoral, que poco cambiaría si hubiera nuevas elecciones, vamos a pasar una legislatura de lo más divertida, estrambótica y extravagante superando en mucho la ya vivida, por la necesidad que el Partido Socialista tiene de contentar a sus futuros socios. Nos vamos a tragar la propaganda a dosis tóxicas, empezando por llamar bloque progresista a un grupo de partidos que van del comunismo más rancio, pero de diseño, al nacionalismo más violento y fascista. A no ser, claro, que uno y otro ahora sean progresista y no hubiéramos caído. Incluso una vicepresidenta del gobierno, que se dice comunista, se ha ido a negociar con un personaje cobarde que salió de España en el maletero de un coche y que representa la más indigna y putrefacta corrupción política (creo que la derecha también se ha acercado al colega por si pilla algo). Si a esto le llamamos progreso, pues vamos directos a la involución. Si hemos hecho leyes calamitosas que eliminan o rebajan delitos miserables contra las personas y contra el colectivo, lo de la Constitución es una bobada, ni son los primeros en hacerlo ni serán los últimos. Mussolini, Hitler o Stalin ya lo hicieron en nombre del pueblo y con resultados excelentes.

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El Partido Socialista confía en que, como ya ha demostrado, es capaz de desarmar al resto de fuerzas de apoyo, sean de izquierdas o de derechas, nacionalistas o no, reduciéndolos y encerrándoles en su territorio político lógico, de manera que puedan ser dominados. Puede que tengan razón, pues su maquinaria de propaganda les permite manipular discursos y relatos a conveniencia, modificando con atrevimiento promesas, acuerdos y declaraciones, pero se corre el riesgo de llegar al límite. Jugar con la convivencia y la igualdad de todos, aunque te creas invencible, puede causar daños irreparables. Como ven hablo del partido, no de un elemento en particular, al que no dudo que le guste el poder, pero que no es más que la imagen de una estructura implacable.

Que los dioses los iluminen y les den sabiduría porque, en caso contrario, vamos a la destrucción de la Constitución, a la disolución de la nación y a vaya usted a saber dónde. Suerte para todos, falta nos va a hacer.

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