El ser humano tiene la capacidad suficiente para acabar con la vida en la Tierra antes de provocar definitivamente a la naturaleza y que esta nos mande lo que nos merecemos, ya sea calor, frío o ni frío ni calor. Las guerras continuas, desde el ... principio de los tiempos, repartidas por todo el mundo –ayer, hoy y mañana– siempre dejan una escena de muerte, desgracia y devastación que nos debería avergonzar y, si contamos la posterior represión del vencedor, lo que podríamos llamar guerra silenciosa y merecida, la vergüenza se convierte en oprobio. Millones de habitantes han dejado y dejan su vida, en este baile despreciable y macabro de poder, ambición y codicia, siempre amparado en la 'justicia'. Por eso, aborrecemos más la muerte de un pájaro en una ciénaga que la de un ser humano en una trinchera, enviado allí por una élite mezquina y sin escrúpulos que se esconde en sus palacios, con sus piscinas, su jet y su güisqui en la mano al atardecer, mientras las bombas o las balas les caen a sus compatriotas o a sus enemigos o a civiles inocentes. Políticos mafiosos y jerarcas del capital, supremacistas del dolor ajeno, se entretienen sorteando qué desconocido va a morir antes del aperitivo.

Publicidad

Nos gusta la guerra. Le hemos perdido el miedo, siempre claro que esté lejos y que no afecte a nuestras miserias vitales. Por eso, entiendo el planteamiento ruso intentando evitar en su frontera la colocación de armas de destrucción masiva (esta vez sí existen) apuntando directamente a sus ciudades y a sus ciudadanos. Imaginemos que, con la ayuda de alguna potencia conocida, Marruecos instala misiles nucleares apuntando a Madrid y a Salamanca (lógicamente no apuntaría a Andalucía que es suya según Blas Infante, padre de la patria y un musulmán de pro, ni a Cataluña que, a cambio de la independencia, se convertirían todos a la fe musulmana, transformando la basílica de Monserrat en una mezquita). Nos aterrorizaría, porque lo que llaman disuasión no es más que amenaza y sería un sinvivir estar todo el día pendientes de que a un dictadorzuelo baboso disfrazado de monarca le diera por apretar un botón en el nombre de Alá, el más grande. No se preocupen por Ceuta y Melilla. Dado el carácter progresista español y nuestra aversión a la sangre, las entregaríamos en secreto y mediante un documento filtrado por Rabat y traducido del árabe (Zapatero ya está en el asunto).

Pero lo que más nos gusta de la guerra es el negocio, ganar buena pasta y esquilmar a los desgraciados. Destruir para reconstruir es un ejercicio de bondad, es una industria muy rentable y un placer casi sexual. Ya estamos contando los billetes e intentando meter la cabeza en el reparto. Para los oligarcas rusos la reconstrucción de los territorios adjudicados en el tratado de paz y para los oligarcas americanos y británicos la reconstrucción del resto de Ucrania. Total, unos muertos por aquí y unos heridos por allá no nos van a jorobar la fiesta. 'Control poblacional' o 'control demográfico' le llaman, como siempre el lenguaje quita hierro. Después de una buena pandemia, nada mejor que una guerra controlada para desengrasar. Antes la guerra era cosa de las derechas (Franco y tal), pero ahora la guerra también es progreso y avance social, justicia distributiva, en definitiva. Las revoluciones ya no se llevan porque dan mucho trabajo, ahora se hacen horadando la democracia desde dentro o bombardeando directamente. Vivir para ver.

¿No deberíamos transitar hacia la humanización del planeta y eliminar la amenaza nuclear?

Mientras matamos, lo único que nos preocupa a los dignos europeos occidentales es el cambio climático; que la temperatura suba 0,50 grados de aquí al 2100, o que el carbono en la atmósfera, provocado por el hombre, sobrepase no sé qué niveles angustiosos nos vuelve locos, porque provoca catástrofes, epidemias y muerte –como si necesitáramos a la naturaleza para eso–. Pero estos son otros muertos, muertos naturales de los que somos y seremos responsables todos. Ellos a sus guerras y nosotros a cuidar el planeta y, cuando digo nosotros, somos usted y yo, querido lector, porque los chinos dicen que tararí, los indios que tararí que te vi y los estadounidenses que ya si eso... mañana. Obviamente también el cambio climático es un negocio extraordinario: paneles solares, molinos de viento, coches eléctricos, control de determinadas materias prima y lo que no está escrito. Y si no, que se lo pregunten al multimillonario verde Al Gore (premio Nobel de la Paz 2007. No tenemos remedio) y sus soldados verdes o a Elon Musk o a una lista enorme de americanos y chinos enriquecidos con la fiebre verde. Cuando una cuestión científica se convierte en ideología o, peor, en religión y sus líderes en profetas, cuidado.

Publicidad

Y digo yo, si las guerras son más mortíferas que el cambio climático, de momento, ¿no deberíamos dejar de matar y matarnos antes de limpiar la atmósfera? ¿No deberíamos transitar hacia la humanización del planeta y eliminar la amenaza nuclear antes de transitar hacia la ideología verde? ¿No sería la vida más sostenible?

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€

Publicidad