Conveniencia. En una democracia organizada con partidos políticos, el cometido principal y único de cualquiera de ellos es el acceso al poder, para eso se presenta a unas elecciones. Poco sentido tiene ser candidato a la oposición. Una vez establecido el resultado, hay que ver ... qué posibilidades tiene cada uno de materializar sus proyectos. El resultado de las últimas elecciones dio un claro ganador: el nacionalismo regional apoyado por la izquierda sacra, papista y moralizante. Las minorías, de esta manera, asumen el Gobierno y efectúan el reparto de tareas. Para el socio que más aporta, un Gobierno nacional limitado y maniatado, un avión, un palacio, el mantenimiento de los puestos de trabajo, la influencia y la exigencia de promover los asuntos nacionalistas, sean cuales sean. Para el nacionalismo, la libertad de disponer, condicionar, legitimar y definir el futuro de sus regiones y del resto de España. Y para la izquierda 'woke', las sandeces que se les ocurra apuntar en su agenda molona.
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El Partido Socialista no tiene el poder, tiene una cesión condicionada, presupuesto y propaganda. Son las minorías las que imponen criterios, las que reparten la deuda y los fondos europeos. Porque a los nacionalistas lo que les interesa es el presupuesto, la impunidad y gestionar sus pequeñas repúblicas regionales sin injerencias, mientras extraen recursos y prebendas para sus corrupciones ideológicas. ¿Le merece la pena al socialismo este matrimonio de conveniencia? Seguro. Poder con poder se paga. Y el porvenir ya se verá.
Connivencia. ¿Es el PSOE un partido nacional-regionalista? Un partido político debe estar ahí donde estén los votos y, dadas las expectativas de voto del socialismo, parece lógico que se refugie en el votante no independentista regional que ve a la derecha española como una amenaza para el equilibrio social de su región. Esto también exige al socialismo español un esfuerzo enorme de adiestramiento del militante y divulgación general de los motivos que le llevan a romper los principios básicos de la doctrina y el pensamiento socialista. Esto es muy difícil de hacer porque es muy difícil de comprender. Estructurar un discurso de renuncia a los valores defendidos tradicionalmente que parezca reafirmación ética, no mera estética, es muy complejo y se corre el riesgo de caer en el simplismo o peor en el fraude. Y en el progreso se encuentra la respuesta, aunque esto suponga establecer un marco teórico nuevo que prescinda de lo aprendido. Y aquí cabe todo lo necesario: la acción y la reacción.
Pero perder la identidad y la memoria exige algo más que un cambio de opinión, exige un sentimiento acaparador que justifique el abandono: el victimismo, teoría muy efectiva nacional-regionalista. Y un enemigo diabólico: el fascismo, otro cajón de sastre en el que cabe todo. ¿Es consciente el socialismo de lo que supone dejarse gobernar en connivencia con saqueadores retorcidos? Supongo que sí.
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Convivencia. A pesar de ser la palabra más repetida en los últimos tiempos, junto con transparencia, y a pesar de la generación interesada y exagerada de los bloques ideológicos enfrentados, no parece que los españoles tengamos grandes problemas de convivencia. En general, somos respetuosos con los planteamientos de los que piensan distinto y no necesitamos lecciones inoportunas. Convivimos sin alteraciones tanto fascistas y pijoprogres como comunistas posmodernos o liberales sin que aparezca el odio, o cualquiera de sus variantes, que la clase política, los medios interesados y las redes sociales inspiran. Donde sí hay problemas de convivencia es en las regiones donde el nacionalismo excluyente exige la sumisión de toda la población al credo reaccionario de la nación pseudohistórica y la raza pura. O eres nacionalista o eres un súbdito que tiene que estar dispuesto a recibir el insulto, la humillación y la descalificación sin protesta. Vivir en una sociedad oprimida, totalitaria y sin libertad es imitar lo criticado del antiguo régimen. La falta de democracia amparada en una identidad inflexible y alucinada no merece impunidad. Los que exportan el odio, rompen la convivencia y desprecian a la mayoría de sus ciudadanos, mientras exigen perdón y olvido, no merecen la insufrible atención que les dispensamos. Todo esto empeorará la convivencia entre catalanes y le dará mayor fuerza y justificación al nacionalismo gracias a la inocencia regalada, porque las víctimas no son los antidemócratas, aunque se reconviertan a la mayoría progresista, sino la mayoría de los catalanes que sufren en silencio la almorrana soberanista.
Podemos estrangular el lenguaje para gestionar mejor el mensaje, pero hay una evidencia incontestable: el Partido Socialista no gana unas elecciones –menos en Cataluña– sin componendas y pactos retorcidos desde la época cursi de Zapatero y su alianza de las civilizaciones. Quizás por eso está en todas las convocatorias como consejero sacerdotal. Es de suponer que algo tendrá que ver su política de tierra quemada y abrazo fraternal con aquellos a los que les importa una higa España y el Partido Socialista Obrero Español. Una lástima.
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