Ahora que hemos terminado un año disfuncional y que la instrucción de presidencia del Gobierno y sus alrededores es llevar la legislatura hasta el final y continuar después, es conveniente especular, presuntamente, sobre las bases reales de tan dicharachera percepción que raya en la clarividencia. ... No cabe duda de que el optimismo es recomendable y necesario en un proyecto político de futuro (¿independientemente de las circunstancias del presente?), siempre que el optimismo obedezca a una realidad cierta, no suponga una vía de escape para amortiguar desdichas y corrupciones y no consista en mera ficción para mantener enardecida a la parroquia militante.
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Las bases para la resistencia hasta el infinito empiezan a estar bien cimentadas: un Tribunal Constitucional bien engrasado, una Fiscalía despelotada, unas alianzas incondicionales mientras se abone el peaje, un plan de reformas constitucionales casi clandestinas, medios de comunicación públicos comprometidos, una oposición desplazada al franquismo y una férrea voluntad de reconversión del Estado al ideal 'progresista', que no se sabe muy bien qué es, pero que tiene gancho. Solo falta colocar, en este entramado político social, la piedra fundamental: ganar unas elecciones como sea, como única manera de desprenderse de soplagaitas y folloneros. Yo diría que las elecciones están al caer si son capaces de resolver antes la incomodidad de tener señalados por diversos y presuntos delitos sin importancia al Gobierno, al partido, a la presidencia del Congreso, a alguna que otra comunidad autónoma y a la familia, que no es poca cosa. La aceptación de la corrupción como forma de gobierno es un pilar esencial de 'su' Estado de derecho, que se resuelve popularmente negando cualquier vinculación, legislando para imposibilitar el enjuiciamiento y acallando a los disidentes. Mentiras, silencio y engaño. ¡Nada que no se haya hecho antes en este puñetero mundo! ¡Fácil y divertido! El único problema que surge es saber si unas elecciones abiertas y transparentes se pueden ganar con un certificado de la Junta Electoral y una sentencia del Tribunal Constitucional, sin más. Parece que sí, solo hay que introducir unas líneas en una proposición de Ley Orgánica presentada por el partido sobre garantías de precio equiparables de la patata monalisa o la cebolleta verde, ecorresilientes e inclusivas, para adaptarlas a los estándares obligados por la Unión Europea para ayudar al tercer mundo y luchar contra la pobreza energética. Suficiente.
El sistema político ha cambiado. Antes que la acción viene la reacción por inacción. Esto es síntoma de mal gobierno pues se justifica antes de la crítica como estrategia envolvente. Es gobernar oponiéndose al contrario con violencia. Y gobernar a la defensiva nunca es garantía, y hacerlo para ocultar el fracaso moral y ético nos expone a todos los españoles a la confrontación, al hastío y a la ira. Entiendo que la estructura de un partido político depende de la confianza en el líder, en su buen hacer y en su guía para proveer, o al menos intentarlo, de los mecanismos que permitan el progreso y el bienestar. Pero cuando uno gobierna para salvar del oprobio y la vergüenza a los suyos o a sí mismo, después de haber caído en la humana trampa de la ambición y la codicia, el gobierno se vuelve reaccionario y despótico, pues necesita controlar todas las instancias, sobre todo judiciales, que ponen en peligro el poder. No creo que este fuera el proyecto socialista, sino el proyecto al que se ha visto abocado por la falta de control, la inoperancia y la incompetencia. Quizás podría haber sido un buen gobierno, como insinúan algunos fieles seguidores, no lo dudo, pero la realidad es terca y lo que ahora tenemos es desgobierno, mentiras, propaganda, nepotismo y enredo. Los días de retiro espiritual del líder han sentado mal al partido, obligado a arrastrarse por el fango en defensa de lo reprobable. A partir de aquí toda irá a peor pues la maquinaria a favor y en contra de la verdad tiende al choque frontal y a la justicia se la está poniendo en una situación tortuosa. Si el partido no interviene y pone orden, y supongo que no lo hará, esto no sabemos cómo va a terminar y, cuanto más se alargue la legislatura, más angustioso será para esta desgraciada democracia nuestra. ¿O este era el plan desde el principio, al estilo Putin?
Como siempre, la Navidad nos deja las huellas inequívocas de la división. Tras las simpáticas reuniones familiares, casi nunca con final feliz, en las que el diálogo cordial y cariñoso, de abrazos, besos y felicitaciones termina en irritante trifulca, huidas refunfuñadas, despedidas amenazantes y silencio reconfortante. Hemos de reconocer que no estamos preparados para enfrentarnos a la divergencia social que nos impone la clase política. Da pena ver a unos aplaudir, justificar y gritar las consignas, a otros clamar justicia, denunciar y alentar la revuelta, y a la mayoría permanecer en silencio y esperar la concordia que no llega. Difícilmente se sale indemne de tal desafuero.
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