Que España es cuna de lo grotesco, nadie lo duda. El arte, la literatura, se hacen fuertes cuando llevan sus trazos hacia la deformación. Todo ello viene desde antiguo: juegos de escarnio, farsas, signos astrológicos, azulejos pintados, relieves en iglesias y palacios, demuestran una tendencia ... meridional hacia lo grotesco. Cuando los primeros grandes genios del Barroco se hacen cargo de textos y lienzos, dicha tendencia se convierte en arte. De Quevedo a Valle-Inclán el camino es más que evidente. Sobre todo, si lo pasamos por el Goya de las Pinturas Negras y Caprichos.
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Pero no es una clase lo que quisiera dar hoy, sino hacerles partícipes de que lo grotesco caracteriza al arte español. Y que este siglo nuestro ha roto moldes, ya que esa estética llega hasta la política, con toda su grandeza, y toda su miseria. No hace falta ir a bibliotecas y pinacotecas para comprobar el altísimo nivel que lo grotesco alcanza hoy en la vida pública. Solo hay que acudir a los medios de comunicación. No pocas veces nos reímos cuando leemos o escuchamos casos que, en manos de los clásicos, serían verdaderas obras de arte. Vean tres ejemplos de máxima actualidad. Un señor, partícipe junto a decenas de correligionarios de un auténtico asalto a un pleno municipal, con empujones y zarandeos a representantes del poder local, pide pública clemencia al día siguiente porque no sabía lo que hacía. Cuando los vídeos demuestran el tono furibundo del hecho, él espera el perdón bíblico por un no saber lo que se hace. Segundo caso: un diputado vota sin querer lo que no debe, y echa las culpas a las máquinas. Señor, Señor. Aquí no hay evangelio que salve o justifique, sino pura y grotesca estulticia, estulticia que se queda corta cuando los superiores de su partido tiran las patas p'arriba disparando contra todo lo que se mueve. De risa me escacho. ¿No me digan que no son divertidas situaciones como estas? Y tres: una consejera quiere quitarse de encima al responsable de las Industrias Culturales del lugar porque sí, pues no presenta argumentos para ello. Esto, que no pasaría de ser un simple despido, se transforma en esperpento cuando termina dándole la cabeza del Bautista (otra vez la Biblia), o sea, despidiendo al funcionario; a la vez, se quita de encima un área que le resultaba molesta, pero sigue en el ejecutivo con otro negociado. ¡Lo que pueden los votos! Lo único bueno del caso es que Cultura pasa a un colega caracterizado por su sensatez y saber estar.
Claro que cuando lo grotesco alcanza las altas esferas la cosa pasa de la risa al llanto. Dos pequeñas historias ilustrarán lo que digo. Una, de hace ya varios años, cuando el partido conservador gobernaba. La ministra de Cultura llama a su despacho cierto día al director general del INAEM y al subdirector de la Música. ¿Qué querrá?, se preguntan. Sentaos, les dice. Mirad: ayer fui al Teatro de la Zarzuela para ver 'El barberillo de Lavapiés'. Las chicas del coro ¡iban sin la redecilla característica de la época! Esto no puede ser. Decidle al director o al responsable de tamaña barbaridad que o salen hoy con redecilla o van a rodar cabezas. ¿Qué les parece? La segunda procede de otro ministro, también de Cultura, mucho más cercano, y del partido progresista. El tal ministro programa una visita a Barcelona. Su jefe de gabinete le prepara el plan de viaje. Una vez en la capital catalana, llaman con urgencia a Madrid. Oye, que el ministro quiere ir al teatro esta noche. Mirad qué conviene. Secretarios y subdirectores se ponen en marcha, consultan la cartelera, ponderan la conveniencia de un drama, una ópera o una comedia. Hacen una selección, y cuando van a informar reciben la llamada del jefe de gabinete. Chicos, tranquilos, está todo resuelto. El ministro quiere ver a los Morancos.
Alguien pensará que estas últimas historias proceden de mi imaginación; que exagero; que he echado más guindilla de la necesaria. Pues no. ¡Palabrica del Niño Jesús! Mi fuente de información es infalible: los propios funcionarios que vivieron la cosa. Tan cierto como los tres recientes casos antes narrados del moderno grotesco, corroborados por prensa y radio. Sí, ya sé que hay cosas más serias: pandemia, despidos, cierres de sucursales bancarias, novios que matan a novias... Cuestiones todas más cercanas a la tragedia que a la comedia. Pero, ya saben, la vida es un escenario, y como tal hay que tomarla. Todo son caprichos goyescos.
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