La manera más actual de destruir el prestigio de las personas, así como de instituciones y empresas, se llama 'cultura de la cancelación'. Es un ... fenómeno social en el que intervienen acciones perversas como la ocultación, el insulto, la mentira, la manipulación de datos, el ataque escrito contra uno o varios individuos, hecho de manera rápida, a veces de forma anónima y universal, es decir, a través de las redes. Es una de las formas de la intolerancia actual, que corre a lomos del nuevo puritanismo que atraviesa la médula espinal de la sociedad, incluidos, en mayor o menor medida, los partidos políticos.

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No es un fenómeno inédito. La intolerancia, la censura, el ataque contra el prójimo vienen de lejos. Pero ahora se le pone un nombre, como no podía ser menos, traducido del inglés: 'cancel culture'. La situación ha llegado a tales extremos de insania por una parte e indefensión por otra que el concepto sale a debate en la plaza pública de redes y libros y se hace célebre. Existen, como suele, partidarios de admitir estas vejaciones en aras de la libertad de expresión. Otros se resisten porque atentan contra la libertad de los individuos para equivocarse y, posteriormente, redimir sus errores. Es frecuente que en las redes se linche materialmente a personas relevantes porque en su juventud cometieron un delito o una falta insignificante de los que se han desdicho o arrepentido –expresado en 'modo' cristiano– posteriormente. La memoria de las pantallas lo rescata, sin embargo, y lo plasma en sus 'muros', donde el individuo es vapuleado de forma inclemente.

El acceso masivo a la información digital y la facilidad con la que pueden 'colgarse' en sus páginas todo tipo de sevicias, desde las más inocuas hasta ataques virulentos, hacen que converjan en los espacios electrónicos, además de la gente normal, que los usa solo para comunicarse, una serie de individuos tan llenos de odio como carentes de piedad, empatía y amor por sus semejantes.

Algunos teóricos apuntan que esta 'cultura de la cancelación' no es otra cosa que un nuevo moralismo, según el cual numerosas personas se erigen en jueces de las conductas públicas o privadas (en realidad, hoy no existe la privacidad) de sus coetáneos, contra los que aplican una censura que suele ser trasnochada, virulenta y antidemocrática (así ocurre en la política). Nada nuevo bajo el sol. El ser humano no ha progresado mucho en sus comportamientos (sigue habiendo guerras, matanzas, acosos, latrocinios, explotación, engaños, esclavitudes laborales y sexuales...). Sí han avanzado hasta lo inimaginable las ciencias y la tecnología.

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Los antiguos romanos excluían a los individuos nefastos para el Estado, condenándolos al ostracismo, una muerte civil que se practicaba con el destierro y otros modos de alejamiento. Aún hoy, en las sociedades pueblerinas existe un concepto pavoroso, 'el qué dirán', según el cual los individuos, sobre todo las mujeres, en una sociedad tremendamente indulgente con los hombres, deben mantener y no quebrar los usos y costumbres del grupo. La transgresión de esas normas no escritas conlleva desprecio social, alejamiento, humillación y descrédito personal.

Hoy, sigue practicándose la aciaga costumbre de la cancelación en las redes digitales. Tanto la censura de los comportamientos, la burla contra las personas y sus defectos y el ultraje despiadado producen resultados que recorren la variada escala del horror y el sufrimiento, que va desde la anulación de los individuos hasta, en los casos más graves, el suicidio. Especialmente despreciable es el acoso contra quienes carecen de recursos mentales para evadirse, evitar o combatir los ataques, sobre todo niños y jóvenes, frecuentes usuarios de las redes y en esencia vulnerables ante la maldad y los ataques de personas ajenas o de los propios componentes del grupo.

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Sufren igualmente ataques furibundos quienes por dedicación pública o pertenencia al mundo del espectáculo, el deporte, la música o la literatura están permanentemente expuestos a inquisiciones en el espacio digital. Conocemos casos de cantantes, literatos, articulistas, políticos que se han desconectado al no poder soportar la insania, la malicia verbal y las injurias vertidas en estos medios.

Cuando la comunicación descansaba, negro sobre blanco, en el papel de periódicos, libros u hojas volanderas, resultaba más difícil humillar a alguien. Quienes no tenían acceso al papel escribían sus mensajes en las paredes (algo que ha pervivido hasta hoy, sobre todo para protestas y reivindicaciones). Un ejemplo de cancelación nacionalista, en forma de secuencia, en una pared de Hospitalet (Barcelona), decía: 'Volem bisbes catalans' (queremos obispos catalanes, escribía un nacionalista clerical, con rechazo contra los no catalanes). Debajo, en la misma pared, un gracioso descreído, posiblemente del PSUC: 'Y monjas suecas'. El colofón lo ponía un chusco andaluz, almeriense por más señas, algo poeta y quizás ácrata: 'Como somos mayoría, los queremos de Almería' (los obispos, evidentemente).

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