La información ya es por todos conocida y, además, se ha reflejado perfectamente en este diario: la ministra Ribera ha recortado el agua trasvasada desde ... el Tajo en un 40% para aumentar el caudal ecológico de su cabecera. Comparto plenamente el hecho de que la cantidad de agua transferida tenga que ir reduciéndose paulatinamente en los próximos años a causa de los efectos del cambio climático y del descenso objetivo de las lluvias en toda España. Eso es algo ante lo que solo los negacionistas y muy fanáticos pueden cerrar los ojos. Nada en esta vida es inmutable –ni siquiera el número de hectáreas de regadío activas en la Región de Murcia–. Las circunstancias han cambiado como consecuencia de la depredadora actividad humana y, si queremos salvar el planeta y que nuestros hijos y nietos puedan (sobre)vivir, todos debemos aceptar determinados sacrificios y un inevitable proceso de contención y decrecimiento en ciertos sectores. Es lo que hay. Hace unos días visitaba en el Centro de Creación Contemporánea de Andalucía, en Córdoba, una exposición titulada 'Futuros abundantes'. En sí mismo, el título constituye una aporía: hoy en día, en el que el futuro es una idea incierta y difícil de imaginar, supone un exagerado ejercicio de optimismo añadirle un adjetivo como «abundante». No es de ser mal murciano asumir que, tarde o temprano, la agricultura regional será insostenible en su actual configuración. Los políticos que nieguen este extremo estarán mintiendo y solo pretenderán ganar un tiempo que, con total seguridad, se les volverá en su contra. Dar la razón a cualquier demanda de agua los hará héroes hoy, y villanos mañana. No podemos reconocer, por un lado, que el planeta está en peligro, y, por otro, perseverar en un 'statu quo' que evita la asunción de todos los problemas que ello acarrea. Eso es de política mediocre, de un pragmatismo electoral que ruboriza por su indigencia intelectual.
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Ahora bien, a partir de este diagnóstico inapelable, no está de más observar que la gestión que el Ministerio ha realizado durante las últimas semanas de la cuestión del Trasvase del Tajo ha carecido de pedagogía, de tacto y del diálogo necesarios. Me atrevería a decir que el grado de torpeza con el que se ha tratado este delicado asunto ha sido mayúsculo. Una cosa es buscar el equilibrio territorial –y está claro que a Castilla-La Mancha no se la puede esquilmar bajo el argumento de la solidaridad–, y otra muy distinta es perpetuar una jerarquía y orden de prioridades que discrimina a la Región de Murcia. Lo que ha conseguido Ribera, con la reducción drástica y súbita de los caudales trasvasados desde el Tajo, es regalarle la campaña electoral a López Miras y a Vox. Ni el más pepero o fanático de la ultraderecha lo hubieran hecho mejor para los intereses de ambos partidos. De hecho, cuando López Miras afirmó hace unos días, y de forma solemne, que este había sido el «mayor ataque político de la historia» a la Región de Murcia, el arma electoral ya se había cargado, y con una potencia descomunal. Si hay un terreno en el que López Miras se desenvuelve como pez en el agua, es el del victimismo. Ahí nadie le gana. La Región de Murcia carece –afortunadamente– de una vertebración identitaria fuerte, y el único factor que de verdad la cohesiona es el nacionalismo hídrico. Durante el 90% de la legislatura, el discurso del agua no solamente ha estado desactivado para su empleo por parte del Gobierno regional, sino que, además, se le llegó a volver en contra. La sociedad ya no se ponía detrás de las pancartas que exhibían los agricultores porque se acusaba a una parte de ellos –incido: parte, no totalidad-–de haber causado la destrucción del Mar Menor. Hablar incluso del Trasvase llegó a connotar, por momentos, referirse a uno de los instrumentos culpables del ecoicidio: el agua que venía del Tajo servía para envenenar con nitratos a la laguna salada.
En realidad, López Miras ha ido por detrás de los acontecimientos durante toda la legislatura. En primer lugar, el hecho de no haber ganado las elecciones y de ser catapultado a la presidencia por el giro suicida de Ciudadanos le restó legitimidad. Con posterioridad, y ya adentrados en la pandemia, vino el 'vacunagate'. Meses después, asistimos al episodio de transfuguismo más vergonzoso de la historia de la democracia española. Los continuos cambios en su Gobierno transmitían caos e improvisación. Y, atravesando estos diferentes contextos, y como si de una pesadísima losa se tratara, los cíclicos casos de anoxia y las imágenes de peces muertos a orillas del Mar Menor. Nunca, durante el transcurso de la presente legislatura, ha sido López Miras quien repartiera las cartas del juego. La actualidad le sobrepasaba y amenazaba con engullirle en la próxima convocatoria electoral. Pero he aquí que, a falta de pocos meses para esta, llega la ministra Ribera y le ofrece en bandeja a López Miras la oportunidad de llegar a mayo en el papel de única oportunidad para salvar los intereses de los murcianos. Incomprensible. La reactivación de la guerra del agua es la peor noticia para la izquierda de la Región. Allí, la vieja derecha y la nueva ultraderecha se desenvuelven con una eficacia incomparable. De nada sirve recordar el hecho de que, con gobiernos del PP en La Moncloa y con presidentes de este partido en Castilla-La Mancha, las amenazas para el Trasvase han sido idénticas. Ese discurso está condenado a la irrelevancia porque la gestión del victimismo periférico es patente de corso de López Miras y, en este terreno, nadie le gana. En años venideros se estudiará cómo, después de la legislatura más catastrófica de la democracia, López Miras está en disposición de ganar en las próximas elecciones.
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