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Había estado viendo aquella botella abierta de vino manzanilla en el mueble-bar espejado de mi madre durante toda mi infancia. Siendo aún adolescente, hacia 1985, me atreví a probarlo, a pesar de haber leído que el manzanilla ni viaja ni dura, cuando la etiqueta ... hacía mucho que era sepia. Por alguna extraña razón, tenía un sabor excelente, añejado pero con sus facultades intactas: la terminé. Nunca dije nada, pero sabía que nadie bebía ese tipo de vino en casa. El otro día pregunté por aquella botella a mi madre. No solo los recuerdos son siempre caóticos, también la llegada del pensamiento. Me dijo que mi abuelo, don Antonio Muñoz Alemán, del que tengo vagos recuerdos en los que me habla ya que lleva casi cincuenta años enterrado y muchos más en que era casi un vegetal, no bebía a diario más alcohol que un catavinos o dos de vino manzanilla. De modo que la botella abierta que terminé al cabo de mi adolescencia era la última de la que había bebido mi abuelo cuando yo era un niño de unos cuatro años, tal vez el mismo día en que todo empezó a acabarse para él.

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laverdad La botella de manzanilla