Recurro al 'Vocabulario murciano' de Alberto Sevilla y busco bolear: «Decir muchas mentiras». La que han montado estos izquierdistas radicales y boleadores con el asunto ... de las cartas amenazantes. De la de la navaja ya tenemos autor y sufridoras: el primero, un desequilibrado que tuvo esa enferma ocurrencia; las segundas, doña Gámez, que antes de conocer la autoría ya estaba acusando a la oposición democrática, y la ministra de Trabajo, que debería dimitir de su cargo para presentarse a un premio teatral de sobreactuación. ¡Qué ridículo! En cuanto a las otras tres cartas, las dirigidas a Marlaska, Iglesias y Gámez, alguien podría pensar, sin ser fascista, que la rápida comparecencia culpando a Vox y advirtiendo del peligro del fin de la democracia, sin que la Policía hubiera iniciado las pesquisas para conocer la autoría, sumada a la extrañeza de que, en una España nivel cuatro de alerta terrorista, envíos peligrosos puedan pasar todos los filtros dispuestos, es señal de amaño.
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Yo ni quito ni pongo rey, pero con el mismo derecho que ellos han tenido para acusar sin pruebas de algo tan grave, cualquiera puede pensar que al ser los posibles beneficiarios, a efectos electorales, del presunto atentado, han podido amañarlo. Hay precedentes: en lo ocurrido en la fachada de la sede de Podemos en Cartagena, una de las pistas que sigue la policía es el auto atentado. En cualquier caso los electores, a pesar de la presión, dirán lo que les parezca.
Digo y sostengo que los políticos, sin distinción de credo, no paran de bolear, y esto, que sin excusa alguna debería ser condenable, de tanto soportarlo lo estamos tomando por natural, como el disfrute de una caña y una marinera. Y no puede ser, hay que decir basta. El político debe ser consciente de que si se le pilla boleando, aparte de condecorarlo con orejas de burro y ponerlo de cara a la pared, su carrera política ha terminado.
El presidente del Gobierno de España ha boleado lo que le ha venido en gana y parece por las encuestas que no lo están castigando por ese maldito vicio. Bolean los ministros, bolea don Simón, calumnia don Iglesias. Algo pasa y no muy bueno. Qué tiempos aquellos, no tan lejanos, en los que para cerrar un trato bastaba con un simple apretón de manos.
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Cuando un político bolea, prometiendo lo que sabe que no puede cumplir o en lo que no cree, lo hace para conseguir unos votos con los que auparse en el mando y después, con el cetro en la mano, hacer lo que le salga del forro. Cada vez que entregamos el bastón del poder a un político boleador contribuimos a la estafa, y al fin y a la 'prepartía' somos nosotros los que salimos perdiendo.
Los cuatro presuntamente amenazados han sido llamados por los suyos para, aprovechando su papel de víctimas, bolear a mansalva con expresiones tan violentas o más que las que contenían las cartas supuestamente enviadas por todavía no sabemos quién. Criminales llama el ministro del Interior a los miembros del Partido Popular, fascistas llama el presidente del Gobierno a todos los demás que se oponen a sus caprichos y bolea cuando asegura, sin pestañear, que hay que parar la entrada a Madrid de esta cohorte de bandidos indeseables para evitar una guerra civil.
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Qué mal tienen que ver su futuro cuando bolean como el Joroco, un gitano del barrio de San Juan que, disfrazado de moro y acompañado por un compadre vestido de igual guisa, recorrían los pueblos de Murcia vendiendo una 'clema' de 'restil' invencible como crecepelo. En cada presentación el Joroco se dirigía al público en una jerga incomprensible que el compadre traducía a nuestra lengua. Llegados a Alhama fueron identificados por un paisano del mismo barrio quien, ni corto ni perezoso, agarró uno de los más grandes tomates que se exhibían en un puesto cercano y lo lanzó directamente a la cara del moro boleador. El Joroco, ante ese atropello y sin apenas inmutarse, contestó al agresor en la misma jerga con la vendía la 'clema' y fue el ayudante el que tradujo los insultos: «Dice el profesor que se defeca en la madre del autor del atentado». Aclaro que esos fueron mucho más gruesos los 'palabros' debidamente pasados por la censura.
Joroco Sánchez, disfrazado de eminente estadista, junto con su compadre el moro Iglesias, no han parado de bolear intentando vender falsos ungüentos. Yo ya tengo mi tomate preparado mientras confío en la pronta muerte política de este par porque, como dice el sabio refranero popular, «el espantajo solo dos días espanta a los pájaros; a los tres se cagan en él». Que así sea.
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