Hay realidades para cuyo análisis uno nunca se ha preparado intelectualmente. Es como cuando, en una discusión, alguien suelta una burrada mayúscula, y la capacidad ... de argumentación se colapsa por la incapacidad de la mente para imaginar una respuesta a la altura –o mejor: a la 'bajura'– del disparate. Pues bien, el esperpento que se ha apoderado de la Asamblea Regional desde hace un año y medio forma parte de esta indeseable especie: es tal el grado de perversión de la democracia y la transgresión de todos los límites éticos que deben regir el desempeño del servicio público que, sinceramente, resulta difícil arrojar una reflexión mínimamente matizada por la acumulación de comportamientos sucios a la que asistimos. Lo que parece evidente –como 'conclusión de partida', valga la paradoja– es que el descrédito sufrido por la Asamblea Regional durante estos meses va a ser difícil de corregir y olvidar. El Parlamento autonómico ha quedado invalidado como principal salvaguarda de la democracia en la Región de Murcia. La voluntad de los murcianos ha sido adulterada por los más espurios intereses partidistas y personales, y a sus protagonistas –López Miras y los tránsfugas de todos los colores– poco parece importarles. Es más, y a tenor de su actitud, tal situación escandalosa les 'pone', les envalentona, les hace sentirse por encima del bien y del mal.

Publicidad

Y ese es el principal problema: la impunidad con la que se sienten los muñidores de esta falta de respeto mayúscula a los murcianos. Las encuestas publicadas por este diario durante la última semana invitan a pensar que, en esta región, el voto es un factor a priori que en nada resulta condicionado por la realidad. No se vota; ya se ha votado; no se decide; ya se decidió hace mucho tiempo. En cualquier sociedad mínimamente madura desde el punto de vista democrático, lo sucedido durante estos últimos días habría constituido un motivo sobrado –qué digo sobrado, excesivo, sobrecogedor, hiriente– para que sus perpetradores se hubieran marchado a su casa para siempre. Esto no es una cuestión de ideología, sino de salud democrática y, ya se sea de derechas, izquierdas o ultraderecha, el acto de apropiación de la Asamblea Regional por los mercenarios de la política debería ser un argumento inobjetable para dar la espalda a sus promotores. Pero no es el caso –lamentablemente–. Que López Miras y Antelo se reunieran el pasado sábado 1 de octubre junto al Ayuntamiento de la capital, a pactar el movimiento de fichas al Grupo Mixto, es una prueba más que evidente de hasta qué punto la erosión de la democracia en esta región ya no necesita ser urdida en reservados y fuera de los focos. Que lo vean todos –qué más da–. A su público eso le gusta, le anima a ondear las banderas y quemar bengalas. Puro 'hooliganismo'.

Resulta gracioso –por emplear un eufemismo y evitar los exabruptos– que López Miras apelase, durante la celebración del 12 de octubre, al «diálogo, el consenso y la unidad para solucionar los problemas de los españoles». Alguien que revienta la legitimidad del legislativo en la comunidad que gobierna imposta, de repente, la altura de un hombre de Estado y pide diálogo, consenso y unidad. De locos. Su pacto con el coordinador de Vox en la Región tenía dos claras intenciones que dejan bien a las claras cuál es la naturaleza de la política que representa: en primer lugar, y como consecuencia de la hipertrofia del Grupo Mixto, eliminar a la diputada de Podemos María Marín como portavoz de éste a fin de quitarse una voz incómoda de en medio. Y, en segundo, invertir la prioridad dentro del cambalache de la ultraderecha: los favoritos ya no son los 'ex' de Vox, sino los auténticos de Vox. López Miras ha demostrado, con este movimiento, lo que vale un tránsfuga: son fichas de un solo uso, de usar y tirar, que valen para cerrar una herida pero no para garantizar la salud a largo plazo de un organismo. El presidente del PPRM sabe que, de cara a la próxima legislatura, los tránsfugas habrán dejado de ser moneda de curso corriente y que la única forma de gobernar será con la matriz de la ultraderecha –es decir, con Vox–. Lo sorprendente es que, visto lo visto, el resto de tránsfugas –los de Cs, en este caso– sigan reverenciando a López Miras como un semidiós. Y, con sinceridad, no menos sorprendente me resulta la actitud del presidente de la Asamblea, Alberto Castillo, cuya parcialidad es más que sonrojante. Siempre he tenido una buena relación con él –de cariño, por momentos– y, ciertamente, no comprendo su actual deriva. Se lo dice alguien que no es fanático ni 'hater' y que seguirá saludándole –si no me retira la palabra– cuando lo vea. Pero, después de los últimos acontecimientos, y de comprobar lo sucedido con la Junta de Portavoces y la portavocía del Grupo Mixto, solo le queda una salida ética: dimitir.

El principal problema es la impunidad con la que se sienten los muñidores de esta falta de respeto a los murcianos

Los murcianos no se merecen el bochorno por episodios que está protagonizando la peor estirpe de políticos: aquella que se pasa el día conspirando para trepar, sobrevivir, sabotear y ajustar cuentas en lugar de gestionar y proponer iniciativas. La Región tiene demasiados serios problemas –como los de encabezar la lista en desahucios y violencia machista– como para convertir la Asamblea en una suerte de 'politicefa' para experimentar con fórmulas caprichosas y egocéntricas de política. O la sociedad reacciona o nos vamos al carajo. Porque ellos y ellas no van a cambiar.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

El mundo cambia, LA VERDAD permanece: 3 meses x 0,99€

Publicidad